El ventilador que tengo enfrente refresca, pero al mismo tiempo irrita un poco.
Explicaré algo: no estoy lejos de nadie, no tengo a nadie cerca, así cerquita lo que se dice muy-cerquita-para-hacerte-cositas-chiquita-así-mira-que-bien-se-siente-verdad, y eso está bien. (Not?) Pareciera que la soledad a veces disfruta de uno, no uno de ella.
Pero no concibo el momento en que vuelva a decir "¡Hola! ¿cómo estás? mucho gusto, yo soy fulano" y la historia que regresa vuelva a empezar.
Volver a probar café preparado por alguien a quien apenas conozco o nunca conoceré. Salir de nuevo a las mismas calles y tal vez a los mismos lugares, pero con otra perspectiva. Volver a prestar atención a asuntos importantes que (inexplicablemente, lo sé) no sean los míos. Volver a abrir las entrañas para pensar en voz alta sin tener que explicar la babosada proferida, ponerme en contacto con un nuevo egoísmo, porque, ¡ah! como hace falta darse cuenta cada día de que no todo es dar y recibir, y que es más arriesgado sólo recibir y que es más divertido sólo dar (o al revés). Hola. ¿Cómo estás? Bien. Mal. Qué te importa. Sí me importa. Me da gusto. A mí también. ¿Te invito algo? Gracias. Sí. No. Trátame como te nazca. Trátame como princesa. Trátame como me lo merezco.
Hay días. Hay de todo, como en Botica (esa palabra me recuerda al Botija de "los caquitos" qué pésimo programa), hay remedios para la neurosis que me causó la güerita que se cruzó ayer en la tarde sin fijarse en medio del tráfico, hay curitas para las cortadas y raspones que uno se lleva por confiar en que el suelo es parejo cuando está lleno de baches, hay cataplasmas para los días de abandono, uno que otro té para calmar la ansiedad de contarle a todos lo que sigue en la siguiente página de la historia.
Hay días. Días en los que un simple nubarrón ataja un poco la lija ardiente del sol sobre los brazos y los hombros prietos, prietos. Días en los que dan ganas de poner una llamada en el altavoz, para que todo mundo la escuche.
Hay días en los que la filosofía barata se me da. Hay días de cuentos, de historias que no parecen terminar, de microficción, de minipensamientos que pueden hilvanarse a la silueta de uno mismo, para que no se pierdan entre la gente. Hay días en los que uno se puede permitir ser más críptico que de costumbre. Hay otros días en los que hay que explicar con peras y manzanas. Y hay días en los que todo eso vale madre. Sólo tenemos una lista de palabras que podemos unir con hilo y aguja para zurcir un instante de la existencia y poder apreciar como era y como se va formando ahora que cambiamos de puntada.
Achis, yo no sé del hilo... Concha es la que teje.
FIN.
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