miércoles, noviembre 19, 2008

Duarte le entró


















Le divertía la idea de que nadie supiera como se llamaba.

- Me dicen Duarte, ¿Qué pedo? –le decía a quien se animaba a preguntarle por su nombre de pila– ¿Y a ti que chingados te importa? ¿Qué pedo? ¿Le entras? ¡Órale, pues!

Esa tarde no habían dejado gran cosa en los botes. Los había revisado antes que los demás y había muy poco que rescatar. Pinche gente jodida. Ahora resulta que ni basura tiran.

- Así han de estar las cosas, riquillos ojetes. ‘Ora si les han pegado una chinga.
- Ha de ser por la pinche depresión esa, o lo que sea que está pasando en Estados Unidos.
- No mames, Duarte, eso le pasa a los gringos, pero a nosotros... ¿qué?
- Pues no entiendo mucho, pero si a esos güeyes les da un catarro a nosotros una pulmonía, bueno eso dicen.
- Son mamadas, no me digas que cuando ellos están a toda madre a ti te va bien también...

Duarte levantó la vista lentamente, como buscando algo arriba. Alguna vez le fue bien…

Alguna vez lo tuvo todo, o por lo menos, todo lo que parecía necesitar... alguna vez él estuvo a toda madre. Fueron buenos tiempos entonces, cuando hasta trabajo decente tenía. Nunca fue rico, ni siquiera había terminado la primaria, pero el trabajo en la tienda prometía, el patrón le pagaba muy bien y le regalaba lo que necesitaba para sostener a su naciente familia. Su linda esposa y su chavito de apenas 5 meses.

- Duarte, ¿por qué no terminas la primaria? con lo listo que eres podrías tener tú mismo tu propia tienda. Sabes sacar bien las cuentas, manejas bien la bodega y a los proveedores, tienes esa chispa... ¿ves? ¡incluso hasta has promocionado mi changarro entre la gente del pueblo y mira como hemos crecido...!
- Ni lo diga, Don Toño, que no lo hago yo solo, además yo le debo mucho...

- Nada, nada, se que no te pago mucho, pero no te puedes quejar, ¿eh?

- No me quejo, ¡Me paga bien! ¡Muy bien, para ser sinceros!

- Pero te voy a proponer algo... yo no tengo mucho tiempo para estar al frente del negocio...

- Ajá...

- ¿Qué te parece si nos asociamos? ¿eh? ¡socios, cabrón!... ¡repartimos mitad y mitad de todo lo que ganemos!
¿Qué dices? ¿Le entras?
- Pero... ¡Toño, yo no tengo con qué entrarle!

- Tienes tu trabajo, Duarte, no seas pendejo –Don Toño fue a la parte de atrás por una botella de tequila, sacó dos caballitos de esos de hojalata, sirvió ambos– Empecemos así: tu trabajas y yo pongo el capital inicial. Te quedas aquí más tiempo al día sí, tal vez... pero así me das libertad a mí para iniciar o abrir otros negocios...
¡Salud!
- Mmm…

- No mames, no me digas que lo vas a pensar, ¡te estoy casi regalando la mitad del changarro para crecer los dos!
¡Éntrale!

Esa noche Duarte llegó borracho a su casa por primera vez. Estaba feliz. Abrazó a su esposa con fuerza. Y aunque le pudo contar más o menos todos los detalles de la buena noticia, le ganó la lujuria. Las ganas de entrarle, pues.

La veía más hermosa esa noche, con su cabello largo, largo, negro, ondulado, lo llevaba siempre suelto sobre el pecho. El niño dormía, satisfecho por la comida que le habían dado, calientito en su cuna. La luz del cuarto estaba apagada, pero podían verse las caras. Ella se dio cuenta de que la deseaba. Descubrió que en medio de esa nube de vapor de alcohol su marido empezaba a desearla. Sonrió, y aunque trató de hacerlo con malicia y complicidad, la verdad es que al hacer ese gesto se veía más inocente que nunca. Con movimientos precisos y lentos se desabotonó para dejarle al descubierto sólo un poco, lo demás que lo descubriera él. A tientas. Ya se le estaban poniendo duros cuando él metió su mano para tocarlos. Empezó a jadear un poco. Los ojos de ella brillaban siempre, oscuros, cachondos, chispeantes. Iba a entrar en ella, por dios que si. Aún no sabía si por su peste a alcohol ella le entraría con el, pero... ¿Por qué no?

Cuando lo empezó a besar sintió el aliento bronco, áspero, ansioso y volátil, pero, cosa rara, eso la excitó aún más, el beso se hizo más profundo. Ahora la que jadeaba era ella. Las manos de él terminaron de desnudarla, y aunque tenían surcos y callos recorrían su piel con cuidado, presionando en los sitios exactos. Primero, con el dedo cordial penetró un poco el ombligo, luego descendió en línea recta hasta que encontró lo que buscaba. Cálido. Húmedo. Ella lo recibió con un pequeño saltito hacia atrás, por la sorpresa, pero de inmediato regresó hacia adelante, para recibirlo. Como preámbulo de lo que vendría después. Bienvenido.

Era 15 años menor que él, que ese año cumplía 42, y aunque ella se veía mucho más joven, cuando en la cama se ponían al tú por tú apostaban porque el tiempo se detuviera y los encontrara a ambos en iguales condiciones. Y sucedía. Siempre. Después de amarla durante horas siempre declaraban empate. Y ella terminaba sobre él. Porque aunque estuviera rendida le regalaba esa sensación del peso sobre su cuerpo, sus senos contra el pecho de él. Toda la noche. O lo que restaba.

Duarte le entró. Le entró con ganas.

La torta de lomo a medio comer que estaba al fondo de la basura olía mal, pero sabía bien. Se aguantó las arcadas y las náuseas como los meros machos, y al final casi se le olvidaba, pero sacó del abrigo apestoso y tieso de mugre un envase de Cocacola pequeño, de vidrio y el de plástico que había comprado la noche anterior en la farmacia. La etiqueta del de plástico decía "Alcohol Desnaturalizado" y más abajo "No ingerir" pero le valía madre. Un traguito a la Coca y otro traguito pequeño a la botellita de alcohol. Pa' que sepa, chingao. Así entraba mejor.

Tosió. Se tapó con la mano la boca, para que nadie viera la sangre. Los accesos de tos eran cada vez más violentos. Le faltaba el aire. Le dolía el pecho. Le ardía. Se ahogaba.

Escupió un par de veces en la hierba y volvió a tomar dos tragos. Uno de Cocacola y otro de Alcohol.

Una vez lo había tenido todo, por lo menos todo lo que podía necesitar para ser feliz.

Pero le había entrado. Con ganas.

- Oye Duarte, y a tí ¿qué fue lo que te pasó?
- Que te importa –contestó mientras sentía como el alcohol y la Cocacola empezaban a hacer efecto en su cabeza– entraban, entraban... ¿A ti que te importa, hijo de la chingada?
- Tranquilo, tranquilo... nomás porque soy curioso...
- Pos que se te quite lo curioso, cabrón.

Duarte se recostó en la banca donde dejaba su cobija, sus cartones y sus pertenencias. Era fácil cargar con todo de un lado para otro y dejarlo cerca cuando se cansaba, y cualquier lugar podía servir para pasar la noche. Hoy hacía mucho más frío que otros días y seguramente dormir sería casi imposible, tal vez por el frío, o por los temblores que no podía evitar, tal vez por los accesos de tos y el ardor en el pecho.

O tal vez por los recuerdos.

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