A veces sólo hace falta una serie de acontecimientos -menores- (por no decir minúsculos) para que se forme una gran cadena gruesa, fuerte, pesada, ¿irrompible?
O viéndolo desde otro punto de vista, una pequeña brizna de nieve puede empezar a dar de vueltas, a rodar y crecer hasta que se convierte en una avalancha que cause estragos y aniquile un panorama que estaba chido, o por lo menos era un paisaje.
Muchas veces ni cuenta nos damos de que el aire empezó a soplar un poquito, y cuando menos esperamos ya estamos enmedio de un vendaval que levanta la tierra hasta que se mete en los ojos y hace llorar, golpea la cara que mostrábamos a la tibieza del sol, azota árboles y sólo esperamos a que termine, pero la verdad es que cambia el panorama, lo desmadra.
Luego, nos vemos de pie a mitad de un camino que no reconocemos, podemos pasar horas, días y días enteros viendo como el viento sopla con una intensidad desconocida, queremos que pare, pero sabemos que son las fuerzas de la naturaleza, caprichosas, ojetes a veces, implacables otras. Queremos que pare, pero sabemos que nuestro sólo deseo no va a modificar ese temporal, por lo menos en ese momento. El viento sigue soplando.
Fuerte.
Y sigue soplando.
Y ya no quiero escribir nada.
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