Gracias al buen Guffo, volví a revisar este remedo de blog y me encontré con que hace unos días cumplió nueve años. Sumar tiempo no es sumar amor, lo sé. Pero es inquietante volver sobre los pasos y descubrir cómo redactaba hace tantos años y cómo es hoy. Es como ver una veja película o regresar en una cápsula del tiempo, neta. Si bien he dejado de volver a este sitio con la frecuencia de antes, no he dejado de escribir nunca. Y aunque a veces uno prefiere guardar silencio y escuchar a su alrededor, a veces es buen momento de volver a contar cosas. Aún ignoro si lo haga del todo bien, pero lo que sí sé es que al menos son historias honestas, sinceras y sin pretensiones.
Para celebrar el noveno aniversario de este cuchitril les dejo este pequeño cuentito. Ojalá les guste, y si es así, gracias por dejármelo saber, chicuelos.
Apagón.
Esa noche, Flor subía en el ascensor de su edificio y se fijaba en todos los detalles de la gente que iba ahí encerrada en esa caja metálica junto a ella: El ejecutivo que regresaba del trabajo vestido impecablemente, pero con un tic nervioso muy visible en la mejilla derecha. Daba la impresión de sentirse asfixiado ahí dentro, tiraba corbata continuamente de su corbata como si ésta le apretara demasiado. Su maletín descansaba en el suelo, y al parecer su estado de ánimo también.
La imaginación de Flor la hizo imaginarlo como un perfecto psicópata. Ya sabes, de esos que ni pío dicen, y que caminan de manera discreta, con la mirada baja, pero que secretamente tienen en su refrigerador bolsitas con los restos de las personas que han sorprendido en alguna calle solitaria y poco iluminada. Detrás de sus lentes opacos un par de ojos pequeños desprovistos de brillo miraban al exterior, tal vez midiendo, tal vez sopesando. Flor se había burlado de él repetidas veces, «Es un zoquete, mírenlo. Un bicho raro» El tipo pasaba de largo sin decir nada.
Estaba también la señora López, de unos cuarenta años, que vivía sola en el octavo piso. Era alta, no era hermosa, pero llamaba la atención de los vecinos. Muy reservada y silenciosa. Cuando uno la saludaba sólo hacía un leve ademán con la cabeza. Algunos decían que estaba sola porque el marido la había dejado para irse con una amante más joven que ella, otros contaban que peleaban mucho y que el tipo la golpeaba. Algunos otros presumían de saber la historia completa: El tipo la golpeaba, sí… Sobre todo cuando tomaba. Y el tipo tenía una amante, situación que inclusive ella parecía conocer, pero una tarde que regresó temprano a su casa después de haber estado en el bar con sus amigos toda la tarde, la encontró en la cama con un jovencito que la hacía gritar y estremecerse. Pelearon (el chico salió huyendo discretamente) y entonces ella lo sorprendió con un cuchillo en la panza. Nunca se supo que hizo con el cuerpo, eso decían algunos. Quien sabe.
Los vecinos de piso de la señora López decían que habían visto entrar en repetidas ocasiones a su departamento a una o dos mujeres. No miraban a nadie. No tocaban la puerta. Sólo entraban, estaban ahí durante un buen rato y luego salían sin hacer ruido. Y pensaban que nadie las veía. O no les importaba. ¿Eran amigas? ¿cómplices? ¿de qué? Flor investigó un poco pero la señora López la descubrió husmeando y cuando eso pasó Flor decidió desaparecer por un tiempo hasta que la vergüenza que le hacía arder el rostro pasara. Se ocultó en su departamento durante una semana sin asomar siquiera la nariz. La señora López la había sorprendido in fraganti husmeando en su departamento y eso estuvo muy mal. Nunca dijo nada, pero cuando se encontraban por los pasillos Flor prácticamente se escurría con la mirada baja para caminar a toda prisa y desaparecer de su vista.
En el mismo ascensor y de pie detrás de Flor estaba don Javier, quien había quedado viudo hace 15 años, a la edad de 50. Amargado y solitario ahora, en su juventud había jugado en un equipo profesional de futbol, luego, fue director técnico del equipo, ganaba bien, la vida le sonreía y el futuro parecía promisorio para una persona madura. No tenía hijos, pero su vida entera se centraba en su esposa, más joven que él, hermosa y llena de energía, con una carrera como pianista por delante y que tuvo que morir a manos de aquél borracho que esa horrible tarde conducía su camioneta a exceso de velocidad. Muchos decían que don Javier se había vuelto loco de dolor, que desde entonces buscaba a su esposa en cuanta mujer se encontraba por las calles, que las seguía para asegurarse si no eran ella y que más de una vez trató de suicidarse al recordar con increíble dolor esa ausencia forzada a que lo habían sometido sin preguntar si estaba de acuerdo. Don Javier pasaba meses recluido en su departamento y a veces la gente simplemente pensaba que se había ido a vivir a algún otro lado o que andaba de viaje. A veces tardaba mucho en responder a los toquidos del casero o de alguna vecina que con el pretexto de llevarle su correspondencia o un recado iban a cerciorarse de que el viejo seguía habitando este planeta. Al final siempre respondía a las llamadas a su puerta y todos tranquilos.
Un día no respondió. Lo encontraron colgando de la viga central de su sala. Los ojos desorbitados y la lengua de fuera, meciéndose lentamente.
Alcanzaron a rescatarlo, pero nadie lo agradeció, mucho menos don Javier. En adelante se le vería muy de vez en cuando y siempre como una aparición. No hablaba, ni sonreía. Sólo miraba. Y cuando te miraba podías sentir que esos ojos te traspasaban la nuca, aunque ya hubieras dado vuelta la esquina. Desde hacía poco que Flor sentía que don Javier la miraba más de lo acostumbrado, al cruzar con ella en el vestíbulo del edificio. La ponía nerviosa.
Flor abrió su libro para recordar en que se había quedado. Pero antes alcanzó a ver de reojo a Julián, el vecino del departamento de enfrente. Alto, flaco, y con esa melena que le tapaba la mitad del rostro todo el tiempo. Se decían muchas cosas de él, que perseguía jovencitas, que lo habían detenido más de una vez por haber acosado a chiquillas de quince años a la salida del colegio, aterrorizándolas con su presencia e incluso hubo quien aseguraba que había violado a más de una, pero con amenazas había conseguido que guardaran silencio. Nunca le pudieron probar nada. Hasta que sus padres tomaron cartas en el asunto y habían acudido a amenazarlo: lo matarían y lo colgarían de los huevos si volvía a acercarse al barrio y a las chiquillas. Julián hizo caso y puso a salvo su vida alejándose de esos rumbos, pero aún así daba la apariencia de ser un tipo con el que no conviene toparse a solas. Mucho menos si eres mujer.
Lucía, amiga de Flor le había contado alguna vez que Julián había tenido relaciones con ella en una aventura que duró poco menos de medio año y que a tantas veces de hacerlo, en algún momento estuvo embarazada de él, aunque el tipo la convenció de abortar y deshacerse del problema si es que quería seguir con él. Una vez que lo hizo la abandonó, sin explicaciones, sin adioses, sin lágrimas ni enojos. Sin embargo había otras versiones que aseguraban que Lucía era la acosadora de Julián y que él nunca se involucró con ella.
-Ten cuidado –le dijo Lucía-. No lo conoces, y es peligroso.
No importaba. A Flor le gustaba Julián y le preocupaba todo lo que decían de él. Más de una vez se lo encontró por los pasillos del edificio, en el elevador, o al salir a la calle. A veces le parecía una coincidencia feliz, otras veces sospechaba que no había sido del todo un accidente ese encuentro. Se ponía nerviosa y seguía caminando sin detenerse. Un “¡adiós!” y eso era todo. Luego pensaba que había sido una tonta, que se supone que debería de abrir un espacio para que él se animara a dar el primer paso. Pero, ¿y si era verdad lo que decían? ¿y si era peligroso? ¿y si en lugar de saludarla o iniciar plática se le antojaba otra cosa?
Mientras pensaba en esas cosas lo veía de reojo. Julián debió haberse percatado de eso, porque volteó y la miró. Le sostuvo la mirada unos segundos, inexpresiva y algo fría, para luego mirar hacia arriba, a donde los números luminosos indicaban que el ascensor seguía subiendo. A Flor le quemaba el rostro de ansiedad y vergüenza y al mismo tiempo moría de ganas de volver a ver el rostro de él.
De pronto, las luces parpadearon. El ascensor dio un pequeño brinco. Don Javier farfulló furioso algo incomprensible. La señora López alcanzó a decir un «¡Jesús!». El ejecutivo que se tiraba de la corbata miró hacia arriba como buscando una respuesta en el techo del elevador y soltó un largo suspiro, nervioso. Julián veía al piso y lentamente una pequeña sonrisa apareció en sus labios. A Flor se le cayó el libro de las manos. Fue un parpadeo solamente y un pequeño brinco, el elevador continuó hacia arriba. La señora López recogió el libro y lo devolvió a Flor. No hubo ni un «gracias» ni un «de nada».
Ahpra sí, las luces se apagaron. El elevador murió ahí mismo con el estómago lleno de gente. Se hizo un silencio denso. Las luces de emergencia que se supone deberían de encender no lo hicieron. Flor escuchaba la respiración de todos. El ejecutivo empezó a gritar «¡Hey! ¡Alguien ayúdenos!» trataba de sonar tranquilo y más bien autoritario, pero en realidad su grito se escuchó aterrado. Empezó a golpear las puertas, mientras todos ahí dentro se agitaban ante el gesto de violencia, para luego rendirse. La señora López retrocedió poco a poco hacia una esquina del ascensor. Don Javier guardó silencio absoluto. Julián tampoco hizo ruido.
Afuera no se escuchaba ni un ruido. El apagón era general en toda la cuadra.
-Bueno, tranquilos –dijo Flor- ¿qué les parece si nos tranquilizamos un poco? Podemos platicar de algo, lo que sea, hasta que llegue alguien a ayudarnos…
Una mano le rodeó la cintura, el contacto la hizo saltar un poquito. Pero ya no dijo nada. ¿Sería Julián? Esperaba que sí, que por fin algo sucediera, aunque una oleada de temor le recorrió la espalda. Ya estaba dispuesta a guardar silencio y ver que pasaba, total, estaban entre más gente, ¿qué podía suceder? La mano tiró de ella con fuerza y suavidad al mismo tiempo.
Flor pensó que, efectivamente, era Julián, que por fin se había decidido a actuar, aprovechando ese breve instante donde podían estar a solas aún en medio de la gente. Flor pensó que estaba bien, que podía permitirse una aventura de ese tipo. Que sería un secreto entre dos. Algo que contar. Algo excitante. Fugaz. Oculto.
Empezó a fantasear. ¿Qué pasaría con ellos dos? ¿Sería una aventura y nada más? o ¿tal vez Julián la buscaría más adelante? ¿En realidad eran ciertas todas esas cosas que se decían de él? ¿importaban? ¿cómo debía actuar ella? ¿debía ser mansa y dejarse llevar? o ¿tomar la iniciativa?
El golpe vino desde abajo. Un golpe certero, rápido. Preciso. Una sensación de calor le invadió desde el costado derecho de la espalda. Flor se tocó la blusa y la sintió mojada. Todo empezó a dar vueltas y vueltas con rapidez incontrolable. Entonces lo supo: Ya no le debía nada a nadie. De pronto, el espacio dentro del elevador pareció ensancharse. Las paredes se alejaron una de otra y se perdieron para siempre. El piso desapareció.
Flor se sintió más sola que nunca. Sola en el interior de una cápsula de metal inerte. Sola dentro de su edificio. Cayó poco a poco y en medio de un silencio de terciopelo. El libro se le escapó de las manos que lo habían manchado en la cubierta. Alguien lo tomó sin hacer ruido.
Las luces del elevador se encendieron y con un brinco y un zumbido inquietante reinició su ascenso. Nadie volteó a verla. Nadie se miró entre sí. Nadie dijo nada. Cuando las puertas se abrieron todos salieron en el mismo piso.
Flor se quedó. Ya no tenía que llegar a su casa.
FIN.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario