“…Con el paso de las eras
el Hombre llegó a considerar seriamente que el Perro podía llegar a convertirse
en un lastre, en una boca más que mantener, en un miembro más de la familia a
quien debía cuidar, e incluso llegó a pensar que podíamos convertirnos en una
amenaza al orden establecido por generaciones enteras de seres humanos. Eso que
llaman civilización, aunque ya te he hablado acerca de la incapacidad de
ustedes para definir acertadamente algunos términos.
Así que faltando al
acuerdo que habíamos establecido juntos, ustedes decidieron degradar nuestro
rango: en adelante seríamos sus compañeros, pero jamás en igualdad de
circunstancias. Seríamos vigilantes y objeto de sus cuidados, pero debíamos
ganarnos el sustento y siempre, siempre, supeditarnos a las decisiones del
Hombre, aunque éstas bien podían rayar en ocasiones en un mero capricho.
Entonces, el Hombre tendría también autoridad sobre la vida del Perro.
Al saber esta decisión las
jaurías de rebeldes y proscritos tuvieron entonces oportunidad de vanagloriarse
de la situación: sin embargo, algunos clanes de Perros fueron dispensados de la
pertenencia al humano y entonces regresaron a su estado salvaje y volvieron a
cazar en grupos por las noches, sin embargo, sabían que sus días estaban
contados. El Hombre jamás permitiría que alguien le disputara el título de
máximo perseguidor. Así que también, sin quererlo, el Hombre retrocedió en su
escala de valores y se dedicó a sitiar al Perro salvaje para darle muerte y
mantenerse a salvo de él: así fue como surgió una larga historia de rencillas y
ajustes de cuentas entre algunos de ustedes y nosotros.
Entonces el clan de los
Perros volvió a reunirse: En medio del terrible frío de invierno vinieron de
todas partes al cónclave: labradores, cazadores, cobradores, rastreadores,
guardianes, perros de compañía, niñeros, lazarillos, rescatadores y muchos más
asistieron a la nueva asamblea.
Repasaron una y otra vez
los agravios cometidos por el Hombre, así como las ventajas y desventajas de La
Alianza. Los ladridos en contra de la misma empezaron a tomar una fuerza
inusitada, hasta que uno de ellos, el más pequeño, un perrito miembro del clan
de los Xoloescuintles Negros, tomó lugar al centro de la reunión y con fuerte
voz les recordó a todos que los miembros de su clan eran los únicos que aparte
de ejercer todos los dones que poseían los perros, utilizaban con los humanos
uno que había sido vedado desde hacía miles de años: el don de la sanación. El
clan de los Xoloescuintles había desoído la vieja prohibición y utilizaba este antiguo
don para con él curar a sus dueños de temibles enfermedades: en época de frío
calentaban los cuerpos enfermos de los humanos acurrucándose entre ellos, y su
presencia liberaba de muchas afecciones al Hombre. Y por si fuera poco, los
miembros de este grupo habían resuelto favorablemente ofrendar el máximo
sacrificio posible: entregar su existencia al Hombre en caso de escasez del
alimento tan difícil y peligroso de conseguir. Así que la discusión que
llevaban alcanzó nuevos límites: por un lado se alzaban los ladridos
denunciando los excesos y abusos por parte del Hombre hacia el perro y por otro
lado estaban los que defendían las bondades de La Alianza de frente a la
preservación de la especie perruna”
Yo no podía decir nada,
sólo estaba ahí, sentado en el piso, escuchándolo: Djembe hizo una pausa silenciosa
tan larga que me hizo pensar que de pronto se sentía más enfermo y tan cansado
que sólo quería recostarse y dormir, pero el can prosiguió:
“En medio de tan
acalorada discusión estaban mis ancestros cuando se dieron cuenta de que el
representante del clan Xoloescuintle se había marchado sin ser visto. Partió
abandonando el helado interior de la cueva donde se encontraban todos reunidos y
salió hacia el temible frío que entonces azotaba la región entera. La asamblea
se disolvió para buscarlo por todas partes hasta que después de unos días dieron
con su aldea. Al enviar dos rastreadores a investigar su paradero, éstos encontraron
una miserable casucha de palma: en su interior habitaba una familia de humanos:
dos de los niños pequeños dormitaban al fondo de la habitación ateridos de
frío. La madre de ellos luchaba por avivar el fuego que pobremente los protegía
del despiadado clima invernal, mientras el padre preparaba un poco de comida,
aunque los perros notaban desde donde estaban que esa noche las raciones serían
mínimas. El hijo mayor no se veía por ningún lado. El Xoloescuintle tampoco…"
(COINTINUARÁ...)
(COINTINUARÁ...)
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