… Los Perros se alejaron de la triste vivienda para buscar en los alrededores al Xoloescuintle y tal vez toparse también con el hijo mayor del clan del Hombre. Una tenue luz que vieron más adelante les sugirió acercarse, pero al hacerlo, la escena con que se toparon era aterradora: en el suelo, restos de su negra piel desollados. Huesos por doquier. Sangre. En un cuenco de madera los restos mortales del perro.
¡Venganza! Clamaron los Perros
y se dieron a la tarea de olfatear para encontrar al responsable de semejante
atrocidad. El joven estaba muy cerca, de frente a un enorme muro por muchas
manos blanqueado. Sostenía en sus manos un trozo de la piel del Xoloescuintle
que empapaba una y otra vez en un cuenco de pintura negra para luego untarla en
el muro. Ya se preparaban para abalanzarse sobre el ingrato humano y resarcir
el espantoso crimen cuando tuvieron que detenerse ante la sorpresa: el chico
estaba llorando.
Sobe el muro enlucido, y
alumbradas por vacilantes teas encendidas en la noche, estaban pintadas estilizadas
representaciones del caído Xoloescuintle en diversas posturas: ladrando
alegremente por ahí, mostrando con ferocidad los dientes por allá.
Mientras el joven se
inclinaba sobre el muro, los perros decidieron reservarse con sigilo: El muchacho pintaba al perro abatido en una alegre estampa y lo situaba por encima de las
figuras que representaban su familia: Rayos de benigna luz protectora salían
del vientre del Perro y bañaban dulcemente a las siluetas del padre, de la
madre y de los pequeños. Callados, lo dejaron terminar la obra y también en
absoluto silencio lo observaron derrumbarse sobre sus rodillas en medio del
incontrolable llanto que lo desmoronaba.
Pasados unos instantes,
el joven comenzó a repetir en voz baja algunas palabras. Los Perros escucharon
esta oración: “Gracias por tu sacrificio, por darnos la vida y cuidar de
nuestra existencia, querido amigo. Sin tu valiente intercesión jamás podríamos
acariciar las flores del valle que habitamos y que ahora hemos bautizado con tu nombre: Xolo” El
muchacho se incorporó lentamente y encorvado bajo el peso de su tristeza se
encaminó al helado hogar que le aguardaba. Mañana sería otro día. Tal vez uno
menos triste y desafortunado.
Todavía en silencio, los
rastreadores se acercaron a contemplar la pintura del muro. Apesadumbrados
reconocieron en ella al Xoloescuintle alzarse sobe ellos en un ágil salto que tal vez hace
no muchos días bien pudo dar alborozado al juguetear con los pequeños
cachorros del Hombre. Decidieron regresar al cónclave y gruñido por gruñido contar
lo que habían visto. Entonces la asamblea entera guardó reverencial silencio, y
así en medio de ese silencio se retiraron de vuelta rumbo a sus distintas
regiones. Algunos llevaban la cola y las orejas bajas en señal de duelo”
Quiero hacer aquí una
pequeña pausa: Jamás pensé que mi amigo fuera depositario de semejantes
revelaciones, y de hecho suspirando hondo, le pregunté cómo es que sabía tantas
cosas y cómo era posible que conociera tan bien ese antiguo relato, pero Djembe
no respondió. Me miró largamente y ladeó su cabeza en ese familiar gesto que
todos conocemos de los perros. Decidí entonces no volver a interrumpirlo y paciente
esperé el resto de su relato:
“Desde entonces el Perro
decidió callar ante las injusticias que el Hombre comete contra él y los de su
raza. Decidimos ser fuertes ante el abandono, los puntapiés, el hambre y el
frío. Juramos protegerlos siempre, llegando incluso a pelear contra otros de nuestra
misma especie y contra otros humanos inclusive sin antes saber con claridad por
qué: todo con tal de defenderlos y protegerlos de cualquier daño posible. Potenciamos
nuestros sentidos y virtudes por ustedes.
Acordamos no vengarnos
jamás por los maltratos que pudiéramos recibir de parte del humano y dar
siempre la bienvenida a la casa al Hombre meneando la cola para hacerle saber
que lo estábamos esperando desde siempre. Mis ancestros concluyeron que nuestra
misión en la tierra del Hombre era más elevada de lo que ustedes podían
distinguir con sus limitados sentidos y fuimos más allá: mis antecesores resolvieron
por fin abandonar la antigua prohibición que nos impusimos: los Perro ya habíamos
decidido entregarnos en cuerpo y alma al Hombre. Dispusimos también entregarles
de nuevo nuestro más preciado don: el de arrastrar con sus dolencias, hacerlas propias y
padecerlas en nuestros pequeños cuerpos antes que permitir que el humano
sufriera por ellas.
Aceptamos el calvario de
la domesticación y recibimos con amor y valentía esta nueva condición de ser de
su propiedad. Sumisión antes que anhelar libertad. Todo por amor.
Y es por eso, Amo, que no
debes afligirte, ni ponerte mal cuando me ves tambalearme debido a esta
enfermedad. No debes mortificarte en estos días que has observado al llegar a
casa que no me levanto de inmediato a correr para lamer tu mano, a veces, pero
sólo a veces… es muy duro para mí soportar todo esto”
Intenté con todas mis
fuerzas decir algo que le aclarara que por fin había comprendido la magnitud de
su historia y su relación con mi persona, pero simplemente no pude. La garganta
se me cerraba y una opresión en el pecho me impedía expresar lo que sentía en
ese momento. Lo único que pude hacer fue abrazarlo con fuerza: “Siempre cuidaré
de ti, perrito. Eres mi responsabilidad y mi compañero fiel. A diferencia de
nosotros los humanos, has hecho honor al juramento de los de tu raza, así que
ahora permite que yo me haga cargo de ti”
Y Djembe se dejó abrazar.
Cerró sus ojos por un fugaz momento, pero de inmediato los abrió muy grandes y
felices, y creo que con certeza puedo decirles a ustedes que le vi sonreír un
poco.
Todo esto que hoy les
cuento me lo dijo anoche mi querido Djembe entre sueños. Luego de eso desperté.
FIN.