Seguimos esta vez con la entrega numero VI del cuentito sin título.
Saludos.
Corrijo: el tiempo corría en medio de una taquicardia: marchaba y se detenía con brusquedad. Alternaba entre lo trepidante y lo ausente. Abismo jadeante que me succionaba hacia un pozo profundo, palpitante. Terrible. Volutas de humo que se elevaban en el centro de un hervidero de agua negra llena de gusanos. La puerta empezó a cerrarse, cómplice de lo fatal. En medio de la escena en slowmotion alcancé la perilla como si me aferrara a una boya en medio de un mar picado y mortal. Negros escualos debían circundarme, porque todo a mi alrededor se movía como revueltas aguas agitadas. Chillé con un grito ahogado mientras alcanzaba a salir del cuarto. Tal vez esquivé una dentellada mortal, jamás lo sabré a ciencia cierta. Alcancé la perilla de la puerta como quien se aferra a una saliente metálica que arde al rojo vivo. Pero salí.
Se quedaron con las ganas. Por esta ocasión.
Minutos más tarde, estaba sentado en mi querido sillón, en la estancia del depa. En algún momento me serví un trago. El ron que circulaba por mi cuerpo había conseguido tranquilizarme un poco. Traté de recordar un mal chiste: “Bebo para olvidar…” ¿Olvidar qué? No conseguía integrar el texto completo, así que carecía de gracia, si es que alguna vez la tuvo. La escena del cuarto parecía muy lejana, impresa en los tonos sepia de una vieja fotografía que se pudre inexorablemente.
Lupe no estaba. No tenía idea de su paradero. A veces era así, pero esa ausencia ahora significaba más. Curioso que una ausencia llene el espacio.
Los temblores casi habían desaparecido cuando de pronto el estrépito del timbre del teléfono me hizo gritar de nuevo. Tiré más de la mitad del trago sin querer. Contesté al segundo timbrazo. Era Luis.
—¡Güey, estamos afuera de tu casa! —Dudé en aceptar que vinieran a casa, pero definitivamente no quería estar solo. Esta vez no. Tump, tump, tump. Toc-toc-toc. Me asomé por la puerta entreabierta. Cuando Luis me vio colgó su sonrisa de manera peculiar. Martín y Pablo se asomaron detrás de él para mirarme. Ernesto había tenido que trabajar tarde.
—¿Qué pasó güey? ¿Qué tienes? ¿Quién se murió?
Abrí la puerta para que pasaran y aunque quise disimular eché una ojeada breve al pasillo. Nadie. Cerré la puerta y puse el seguro para luego girar la perilla y botarlo con un clic.
—¿Qué traes? ¿pasó algo? ¿Interrumpimos…?
—Nada —mentí y tomé sus bolsas para llevarlas al fregadero de la cocina. Esperé a que se sentaran y regresé tratando de aparentar normalidad. Algunas copas de más. Mis ojos enrojecidos podían avalar mi coartada, así que eso fue lo que dije mientras llevaba vasos y servía el hielo en una charola de plástico. No permití que preguntaran más, y en menos de 10 minutos ya estábamos oyendo música: “Voy a buscar la paz interior… en tu interior… te voy a partir en dos…” Aunque la estrofa que cantaba El Kala de alguna manera me resultaba inquietante, en general la presencia de mis amigos me sirvió, porque casi no podía recordar el episodio de la recámara (¿alguna vez sucedió realmente?)
Cosa rara, Martín y Pablo se despidieron rápido. Pensé que Luis se iría con ellos, pero se mantenía sentado en el sofá, luego se servía otro trago, luego trasculcaba mis discos, ponía algo y se volvía a instalar en el sofá. Yo me mantenía haciendo como que escuchaba con atención la música. Luis me veía con fijeza. Expectante.
2 comentarios:
Está padrísimo Arturo, espero ansiosa la próxima entrega
la hermana de la cuñis
Muchas gracias! que bien que te gusta! te mando un abrazo!
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