lunes, julio 23, 2012
Palomazo y sentimientos encontrados.
El fin de semana pasado tuve oportunidad de salir a un bar y escuchar excelente música: Son cubano. Chachá, rumba colombia, rumba guanguancó, etc. Un par de horas escuchando una excelente selección de canciones que me hicieron volver a envidiar tocar ese tipo de música.
Y que me encuentro a mi maestro de percusión.
No lo distinguí a la primera, pues usualmente lo veía aporreando las congas o empuñando los palitos delante de un par de timbales. En esta ocasión estaba sentado en medio de la banda, micrófono en mano, en medio de un pregón que acompañaba a la perfección las escalas que inundaban el bar. La gente escasamente aplaudía, pero no porque no lo disfrutara, sino porque estaban poniendo atención.
No lo pensé mucho y después de un rato pregunté si podía acompañarlos con las congas, prometí no equivocarme mucho y les aseguré que algo le sabía al ritmo. Me dieron chance (por cierto, mil gracias a Gilberto, a Don Ramón Nieto y al grupo Son los que Son por la tolerancia)
La experiencia de tocar sin haber preparado la canción, sin haber ensayado Hasta Siempre Comandante del compositor cubano Carlos Puebla (1965) ha sido de las más fuertes que he sentido últimamente y sin saber a ciencia cierta por qué, me explico: No había puesto atención a la letra (en algo que ya se ha vuelto un defecto muy difícil de erradicar en mí) aquí les dejo una pequeña parte, léanla:
«…Aprendimos a quererte
desde la histórica altura
donde el Sol de tu bravura
le puso cerco a la muerte.
Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia,
Comandante Che Guevara…»
No soy fan del Che, ni de Castro, aclaro… y podría cuestionar lo que ha sido de Cuba a raíz de que el comandante Fidel se instaló en su dictadura (ya ven que es relativamente fácil opinar con ligereza) de la situación que viven algunos cubanos que conozco y de la ansiedad de algunos por abandonar la isla. También podría echar letras acerca del posible parteaguas de este país ahora que Raúl Castro tiene el poder. Pero no pretendo eso aquí.
Me quedo solamente con el sentimiento que (¿imaginé?) imperó un momento (y por lo menos en el escenario) a la hora de tocar esta canción, y fue como de "hermanamiento" con causas sociales ajenas. A ver si puedo aterrizar en palabras esto que está bastante denso: el sentimiento del cantante, la calidad de interpretación de los músicos (uno de ellos cubano) y mi desconocimiento de muchas cuestiones de la lírica de los autores de la isla (ya lo conté una vez acá: http://sivoli.blogspot.mx/2007/02/aventuras-en-el-ritmo-vii.html) me hicieron sentir un hueco en el pecho:
Nosotros no contamos nunca con líderes del calibre del Che, como Castro, como muchos latinoamericanos que llegado el momento hacen lo necesario para romper con la inercia que a veces perjudica tanto. Discutimos que "los de arriba" siempre nos ponen el pie en el cuello a "los de abajo" y que el gobierno y unos cuantos ricos oprimen al pueblo, pero ahora que vivimos la tensa situación del nuevo presidente "electo" de nuestro país, automáticamente nos hemos pasado al bando de ser "los de arriba" y criticar a "los de abajo" que se oponen al gobierno de Peña Nieto. En algún momento dejamos de ser la clase media o baja y nos autonombramos clase alta molesta por los movimientos sociales que demandan atención a sus reclamos.
Para los mexicanos nos es más facil hacer activismo de Facebook y pensar que dándole RT a otros vamos a conseguir cambiar la situación de México. Y miren que ahora es necesario hacerlo. Alguien me dijo una vez "los movimientos sociales ahora serán vía internet y por medio de redes virtuales" sigo pensando que eso es una estupidez enorme, porque carece de materialidad y activismo real. Tangible. Nos la pasamos haciendo manifestaciones simbólicas e inocuas.
Más de uno me preguntará entonces "¿Y tú qué haces al respecto?" y de nuevo me quedaré sin responder…
Es cuando una canción se empieza a volver ensordecedora.
martes, julio 10, 2012
Bichos
Anoche soñé algo raro: estaba con unos amigos platicando en medio de una avenida. Los autos nos pasaban de largo sin sonar la bocina aunque les estorbábamos para pasar. De pronto empecé a revisarme los brazos porque sentía comezón.
Vi que tenía varios bichos (como chinches o garrapatas pequeñas) INCRUSTADAS en los brazos, y por más que trataba de agarrarlos con las uñas para arrancarlos los malditos bichos se enterraban más.
Por supuesto que alguien dijo «¡Quémalos con un cigarro encendido!» y claro que lo hice: Encendí un cigarrillo y lo acerqué a la panza de los bichos que sobresalía de mi piel. La cabeza o donde se supone que va la cabeza estaba por completo hundida en mi cuerpo. Cada que acercaba la brasa incandescente los bichos se retorcían de dolor y trataban de removerse hacia afuera, entonces los pillaba con las uñas para jalarlos y extraerlos.
Olvidé mencionarlo: más de la mitad de los bichos explotaba en la punta de mis dedos cuando los trataba de sujetar y un leve hilillo de sangre (debió haber sido mitad mía/mitad del bicho) escurría entonces por mi brazo. La comezón era increíble y decidí que sería capaz de hacer lo que fuera con tal de desaparecer ese ardor terrible. Nunca había sentido algo así en mi vida.
Alguien más dijo «¡no seas pendejo!, pícalos con una navaja» Yo no podía hacer nada más que obedecer cualquier sugerencia. Recordé que tenía una en la guantera.
Y por supuesto que lo hice. A los bichos que no podía arrancar de mis brazos los empecé a picar con la punta de una navaja. Como escarbándome. Los hilillos de sangre se multiplicaron y la comezón que sentía se multiplicó por cien. Debía de estar acabando con los animalillos, pero no era así. Empecé a pensar de dónde los había cogido: ¿Acaso mi cama estaba infestada? ¿Era mi ropa? ¿El asiento del auto? ¿Me los pegó mi perro? empecé a aullar de desesperación y dolor. Los bichos se ensañaban con mis brazos.
Me comían poco a poco.
Hasta que alguien tuvo otra genial idea:
«Güey, así nunca te vas a deshacer de esos animales: aplástalos con algo. ¡Ya sé! mete los brazos debajo de las llantas de mi auto y las aplastamos.
Genial idea.
Así que también lo hice: me tumbé de espaldas y esperé a que mi amigo pasara por encima de mis brazos su camioneta.
Desperté.
Vi que tenía varios bichos (como chinches o garrapatas pequeñas) INCRUSTADAS en los brazos, y por más que trataba de agarrarlos con las uñas para arrancarlos los malditos bichos se enterraban más.
Por supuesto que alguien dijo «¡Quémalos con un cigarro encendido!» y claro que lo hice: Encendí un cigarrillo y lo acerqué a la panza de los bichos que sobresalía de mi piel. La cabeza o donde se supone que va la cabeza estaba por completo hundida en mi cuerpo. Cada que acercaba la brasa incandescente los bichos se retorcían de dolor y trataban de removerse hacia afuera, entonces los pillaba con las uñas para jalarlos y extraerlos.
Olvidé mencionarlo: más de la mitad de los bichos explotaba en la punta de mis dedos cuando los trataba de sujetar y un leve hilillo de sangre (debió haber sido mitad mía/mitad del bicho) escurría entonces por mi brazo. La comezón era increíble y decidí que sería capaz de hacer lo que fuera con tal de desaparecer ese ardor terrible. Nunca había sentido algo así en mi vida.
Alguien más dijo «¡no seas pendejo!, pícalos con una navaja» Yo no podía hacer nada más que obedecer cualquier sugerencia. Recordé que tenía una en la guantera.
Y por supuesto que lo hice. A los bichos que no podía arrancar de mis brazos los empecé a picar con la punta de una navaja. Como escarbándome. Los hilillos de sangre se multiplicaron y la comezón que sentía se multiplicó por cien. Debía de estar acabando con los animalillos, pero no era así. Empecé a pensar de dónde los había cogido: ¿Acaso mi cama estaba infestada? ¿Era mi ropa? ¿El asiento del auto? ¿Me los pegó mi perro? empecé a aullar de desesperación y dolor. Los bichos se ensañaban con mis brazos.
Me comían poco a poco.
Hasta que alguien tuvo otra genial idea:
«Güey, así nunca te vas a deshacer de esos animales: aplástalos con algo. ¡Ya sé! mete los brazos debajo de las llantas de mi auto y las aplastamos.
Genial idea.
Así que también lo hice: me tumbé de espaldas y esperé a que mi amigo pasara por encima de mis brazos su camioneta.
Desperté.
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