martes, abril 17, 2012

Remedios contra la diarrea

El fin de semana pasado la pasé con mis chavos y todo fue miel sobre hojuelas: paseamos, nos asoleamos, bromeamos, luego pasamos HORAS viendo capítulos de la sexta temporada de LOST porque es la neta, aunque a muchos no les guste. Comimos porquerías en la calle, ordenamos pizza. Refresco para ellos, un par de cervezas para mí. Fuimos al cine...Genial. Y espero que a ellos les haya gustado tanto como a mí.

Hasta en la noche, que por circunstancias que no detallaré aquí a una bola de usuarios sin rostro (sí, ustedes), hice un coraje de esos que no había hecho en años. Y cuando subí a mi carrito para llevar a mis hijos de regreso a su casa me di cuenta de que íbamos en silencio absoluto. Como que se dieron cuenta de que algo sustancial había pasado entre el momento en que bajé del auto y regresé. Lo sé bien porque me aventé un suspirito como de desesperación que retumbó entre ellos y yo. Vaya, hasta me di cuenta que tenía ganas de llorar. De puro coraje, neta. Un poco apenado por el repentino cambio de mood traté de hacer bromas y pasarla mejor esos últimos minutos, pues todo había salido tan bien que no valía la pena empañarlo. Nos despedimos y de regreso a casa sentía una leve punzada de ardor en el estómago.

El resto de la noche me la pasé pegado al inodoro. Hasta las 4 am cuando ya no soportaba el papel higénico fue que traté de dormir un poco, tenía que levantarme dentro de unas tres o cuatro horas.

Haciendo memoria, la bilis no la hice por un hecho aislado: desde hace un par de meses que las cosas no resultan del todo como espero: deudas, clientes malhumorados e irresponsables, algunos proyectos truncados o que nomás no terminan de cuajar, llamadas del banco, llamadas al banco, aumentos a la gasolina, pago de servicios, renta, vigilancia, descubrir que al auto le hace falta con urgencia un servicio y unas llantas nuevas y seguir jugándomela con él en las calles, valorar por enésima ocasión si vale la pena volver a llamar a esos amigos-clientes que me deben dinero y ya ni me dirigen la palabra, encontrarme a alguien con quien ni me llevo y que me acuse de chismes y estupideces que son mentiras y más bien me desconciertan. Enfrentar la indiferencia de unos y la incomprensión de otros. Recordar el gusto con el que emprendí un proyecto y luego lamentar ver en lo que se ha convertido. La urgencia por contar la lana que no ganas mientras sabes que alguien más la tiene. La impotencia de no poder pagar deudas de honor y deudas monetarias.

Y para variar, entro a la consola de este mi blog y nomás no me deja escribir, ni guardar borrador YQUESEVAYATODOALCARAJOESTOYHASTALAMADREYANOQUIEROSABERNADA.

Click. Negrura.

Click. Luz.

La mala noche que pasé me iluminó. Una diarrea iluminadora, jajajaja. Seguidillas llenas de comprensión holística milenaria. Perlas de sabiduría que me permitió alcanzar el nirvana mientras la punzada en la boca del estómago se desvanecía por ¿quinta? ¿sexta vez? y miraba el reloj dar las 3:30 de la mañana. Y ahí, en la solemne presencia del chaparrito dios de porcelana, comprendí que si seguía permitiendo que estas cosas me afecten tanto realmente la pasaré muy, muy mal...

Como tener diarrea pero del alma.

Así que nuevamente me armo de valor, abro el botiquín y saco un poquito más de ese remedio. Que el mundo gire, que el mundo ruede, hagamos las cosas lo mejor que podamos, tratemos de ser buenos.

Perdonemos. Pero a nosotros mismos.


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