martes, noviembre 29, 2011

Autobiográfico

Hay gente que insiste en que por medio de la lectura de un blog se puede hacer un extenso análisis psicológico de su autor, sin tomar en cuenta que el escritor puede fantasear (más bien se dedica a hacerlo) inventar o de plano falsear anécdotas, hechos que le sucedieron a otro, situaciones conocidas, etc.

He grabado como tres pilotos de un podcast personal, con la intención de subirlos aquí, pero me he encontrado con que resultan sumamente introspectivos. La situación no consigue agradarme del todo, es como si la interfase de mi blog me permitiera escribir con más confianza que la que me proporciona hablar con mi propia voz. Pero sigo haciendo pruebas. Será que de pronto me escucho y encuentro que lo que tengo que decir acerca de un tema es bastante estúpido, jajaja. Así que igual y un día...

¿Y los cuentos? tengo como tres o cuatro arranques de algunas historias que me han gustado... pero por extrañas razones siguen sin cuajar. Creo que estoy comprendiendo algunas de las situaciones propias de un escritor que se dedica a otras muchas actividades, además de reinventarse el mundo en el que vive y tratar de entretener a quienes se toman tiempo para leer algo. Y una de esas situaciones es que, no importa que desarrolles una disciplina (hay quienes escriben mínimo una cuartilla diaria) o un verdadero oficio, con metas y horarios para el trabajo definidos con claridad, la actividad de un escritor depende mucho de su sensibilidad hacia el tema. Como sea, me sigue gustando más la narrativa breve.

Me encanta, por ejemplo, intentar giros inesperados que involucren elipsis (a este no le he puesto título, así que si se les ocurre uno, puede ser que se lo ponga):

«Esa noche, Cristina volvió a desnudarse frente a Miguel para seducirlo. Pero él ya estaba perdido desde antes: Al distinguir de nuevo el lunar con forma de coma en la parte trasera del hombro de ella pensó que se parecía muchísimo a la marca de la puta que había asesinado la noche anterior en el callejón.

Así que le hizo el amor a Cristina de nuevo por la mañana. La sostenía entre sus brazos mientras el agua de la regadera corría por sus cuerpos. Con lujuria recorría sus curvas con la esponja. Cristina se dejaba hacer. Languidecía bajo el chorro de agua caliente, hermosa pero ausente.

Era ya entrada la tarde cuando dio un último sorbo a su café. Las esposas en sus manos apretaban con fuerza y empezaban a hincársele implacables mientras el policía le ayudaba a incorporarse. Afuera, las luces de la patrulla horadaban la creciente oscuridad. Nunca encontraron el otro cuerpo. Y Miguel se quedó añorándola durante las noches en que deshilaba su insomnio lentamente a través del humo que dejaba salir por la celda. Las noches trocaron en años, hasta que una de esas noches ella volvió. Llena de tierra, la cara negra y los dientes más negros aún. Podridos.

Miguel se puso de pie. Abrió los brazos para recibirla mientras ella se refugiaba en su regazo. Miguel sintió la mordida en el cuello, pero también se dejó hacer por ella.

–Hola mi amor –susurró mientras se vaciaba.»

FIN.

2 comentarios:

Gastón Segura dijo...

ay, ay, la necrofilia,la necrofilia, que cosa tan sutil y perturbadora

Sivoli dijo...

siempre ha sido así.