miércoles, enero 19, 2011

Cuentito

Las Batallas


Cuando Manuel se cansó de ver las formas que se dibujaban en el techo y empezaba a decidir si se levantaba, el sol ya había bajado lo suficiente en el horizonte como para proyectar sombras largas dentro de su habitación, sin embargo no quiso encender ninguna luz. Tampoco quiso ver la hora en el despertador de la mesita de al lado. Su cama era un campo de batalla, pero no pudo definir si él había ganado o si había sido abatido de nuevo en medio de una encarnizada lucha de amor.

La regadera seguía escurriendo un poco. Manuel podía escuchar las gotas caer lentamente al piso con un estridente plop casi inaudible. Seguramente las toallas estarían aún húmedas. Tibias ya no. Ausencia.

El teléfono sonó.

–¿Bueno?

–Manuel, ¿cómo estás?

–¿Quién eres?

–Marcela, –la voz sonó fastidiada, pero temerosa –¿estabas dormido?

–No –mintió –Estaba leyendo.

–¿Hoy tampoco vas a venir? ¡Ya duró mucho el castigo…!

–Mejor ven tú. Aquí te espero –interrumpió Manuel y acto seguido colgó.

Se levantó para vestirse, pero se dio cuenta que no se había sacado ni los zapatos. Cuando levantó el cobertor para hacer la cama se sorprendió de verlo asqueroso, lleno de lodo. No pudo recordar la travesía de la noche anterior, pero resaca no tenía. Casi estaba seguro de eso. Imágenes oníricas invadían su mente. Una silueta recortada debajo de la intensa luz amarillenta de una luminaria de la calle. Un letrero que decía PROPIEDAD PRIVADA. NO PASAR.

El teléfono volvió a sonar, pero no contestó. Uno… dos… tres… ocho timbrazos y el silencio se instaló de nuevo en la casa. Afuera empezaba a llover de nuevo. Las gotas resbalaban lentamente por la ventana, gruesas y pesadas. Esta vez no había resplandores de relámpagos.

Cambió las sábanas, el cobertor y toda la ropa de la cama. Del armario extrajo un par de zapatos limpios y dejó los sucios en el piso, junto a la ropa de cama manchada. Pensó si alguna vez los recogería de ahí y decidió apartar ese pensamiento.

Escribió una nota: “No me busques más. Que la vida te sonría siempre” La dejó sobre la mesa de centro de la sala.

Sacó del mismo armario la vieja caja donde guardaban algunos ahorros. Tomó un puño de billetes y dejó el resto para ella. Seguramente le sería suficiente para un par de meses más de renta. Después estaría por su cuenta, así como él estaba desde hace mucho. Aunque su nuevo viaje apenas estaba por comenzar.

Se colocó los pequeños audífonos en los oídos y de inmediato reconoció la pista que cantaba un dolido James Blunt: I saw your face, in a crowded place… And I don’t know what to do, ‘cause I’ll never be with you… Otra vez la ironía. Adiós que subiría por escalas cromáticas predecibles. Ella tal vez replicaría con palabras de Ximena Sariñana: Yo no quiero pedirte nada, sólo pon tus labios sobre mi espalda… amarte duele… amarte duele… Los dos ladrones de inspiración ajena. Secuestradores de sentencias de otros artistas abandonados.

El bocinazo que provino de la calle lo regresó a la realidad de golpe. Antes de salir a la banqueta abrió el buzón y sacó toda la correspondencia. No era ni publicidad, ni cuentas por pagar. Todas eran cartas que él redactó. Un ligero pesar le invadió cuando reconoció que las había enviado desde hace meses. Ya las quemaría en su momento y sin volver a leer ninguna. Sacó su celular para teclear un mensaje, pero iba a la mitad del mismo cuando decidió guardar lo que llevaba escrito y lo cerró. Abrió de nuevo el buzón y dejó el aparato en su interior. “Entrega inmediata” pensó fugazmente, y no pudo sonreír aunque la idea era buena, condenadamente buena.

Cambió de melodía. Journey le iba bien, pues decían Some will win… some will lose… Manuel no sabía que parte de la letra le quedaba, pero a final de cuentas se quedaba con la frase principal: Don’t Stop Believin’ Creyó en ella. Bajó el volumen, pero sólo un poquito. Se acercó a la destartalada camioneta que lo esperaba. Pintura vieja. Defensas maltratadas. El ánimo era lo único que se encontraba como nuevo.

–¿Tardé mucho?

–Lo suficiente, le contestó ella. Y arrancó el motor. Un humo azulado y aceitoso salió del escape mientras se alejaban por la avenida. La camioneta no tenía espejos retrovisores. No los necesitaba.






Copyright©2010 Arturo Haro

4 comentarios:

Remo dijo...

A veces se vive toda una vida en 5 minutos.

Saludos pensativos.

El Zórpilo.

Anónimo dijo...

eso sonó como a una anécdota y a un sueño guajiro o estarás escondiendo algún sentimiento?

... dijo...

yeah! me latió la forma de narrarlo...

Semidios dijo...

nunca ha pasado tanto tiempo, cuando ocurre finalmente ese tiempo que pasó en espera se esfuma. buenas imagenes y recuerdos personales.