No le quedó otra más que caminar hasta su trabajo, en el camino alcanzó a ver los anuncios de las vidrieras con ofertas navieñas en colchones, autos, paquetes de cenas navideñas y productos para regalos. Por más que acortó la caminata llegó a la entrada del edificio, pulsó el número 35 en el elevador y antes de que éste cerrara las puertas escupió hacia afuera lo que le restaba de chicle.
Cuando llegó le fue como en feria con su jefe, que estaba buscando desde hace mucho tiempo una buena razón para rescindir su contrato. Tenía una leve sonrisa de triunfo cuando le comunicó "Lo siento mucho, pero vamos a tener que quedarnos sin tu colaboración de hoy en adelante"
-A la chingada, pues... ya me tenía harto el güey ese -murmuró mientras cargaba una caja con sus útiles de escritorio.
Afuera, el aire empezaba a soplar helado. La gente caminaba con mayor rapidez para evitar que la corriente fría azotara sus rostros. (si esto anterior no es un clisé muy sobado, entonces no sé que sea).
Cuando llegaba de regreso a su auto se buscó las llaves. Chingao. No las encontraba por ningún lado. Tuvo que dejar la caja con sus cosas sobre el cofre para poder buscar con ambas manos en las bolsas, en su chamarra, en la bolsita secreta de nuevo en sus pantalones...
Las llaves.
Abrió la puerta y aventó dentro la caja con sus cosas. Olvidando por completo que no tenía gasolina (y la garrafa?) trató de hacer funcionar el autito... Y efectivamente, como algunos de mis tres lectores han de estar pensando, el carrito no encendió.
Salió del auto, verificando que tenía las llaves consigo, lo cerró y caminó en dirección opuesta a la gasolinería que estaba cerrada, la otra gasolinería está más lejos, pero no tenía otra opción. La garrafa la había dejado olvidada en la oficina (o en el elevador?) y no pensaba volver ahí. A veces simplemente las cosas se complican, se juntan las malas vibras, los errores y era en ese momento que uno quería salir corriendo, huir, correr hacia ninguna parte, y no volver jamás. Perderse.
Fue en ese momento que la inspiración llegó. Como un ramalazo de luz, empezó a pensar que ahora que estaba sin trabajo sus compañeros se burlarían de el. Su jefe también . Su vieja seguramente le iba a reclamar.
Que podía hacer? sin trabajo?
Estaba en eso cuando lo detuvo un tipo mal encarado, tenía una navaja en la mano derecha y la acercó peligrosamente.
-Dame tu reloj. Y tu dinero. No hagas pedo o te mueres cabrón.
El tipo ese se llevó hasta la chamarra. Y el dinero de la liquidación del trabajo. Mientras lo asaltaba la gente pasaba a su lado sin voltear ni inmutarse ante la escena. A plena luz de día.
La desesperación lo invadió. Definitivamente alguien tenía que pagar por todo esto.
Un tipo disfrazado de Santa pedía dinero en la calle. La música de villancicos invadía la calle. Niños cruzaban corriendo y aventándose entre ellos. Gente cargando regalos, ropa nueva, perfumes, bolsas y cajas.
Pero alguien tenía que pagar. Sentía como si lo hubieran aventado, arrojado literalmente a la desgracia. El no tenía la culpa. Lo habían aventado.
CONTINUARÁ...
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