¡Ah! los torteros no siempre son muy inteligentes… para muestra el
botón de ayer… para empezar con éstos amigos no puedes llegar así como así a
pedir tu torta a lo salvaje, ¡no señor! primero se saluda como persona bien
nacida que es uno:
–¡Buenas tardes!
(El radio a todo lo que da, sinonizado en «La Caliente»)
–¡BUENAS TARDES!
–Buenas, buenas…
(Aquí deja uno pasar al menos un minuto, todo mundo alrededor saboreando su deliciosa torta de lomo)
–¿Qué va a ser?
–Una de lomo por favor
–¿Nomás una?
–Nomás una, gracias
–¿Con todo?
–Sin cebolla, nada más
–¿Para «aquí» o para llevar?
–Para aquí, gracias…
(Pasan 5 o 10 minutos mientras siguen despachando tortas a lo salvaje y sin contemplaciones.
–¡Buenas tardes!
(El radio a todo lo que da, sinonizado en «La Caliente»)
–¡BUENAS TARDES!
–Buenas, buenas…
(Aquí deja uno pasar al menos un minuto, todo mundo alrededor saboreando su deliciosa torta de lomo)
–¿Qué va a ser?
–Una de lomo por favor
–¿Nomás una?
–Nomás una, gracias
–¿Con todo?
–Sin cebolla, nada más
–¿Para «aquí» o para llevar?
–Para aquí, gracias…
(Pasan 5 o 10 minutos mientras siguen despachando tortas a lo salvaje y sin contemplaciones.
Menos la mía, claro está)
–¿Qué le falta? ¿Ya lo atienden?
–... Una torta de lomo, nada más…
–¿Con todo?
–Sin cebolla…
Interrumpe el otro tortero, el famoso «Kissifur»:
–Es ésa, mira… esa de ahí
–Pos sírvesela, o ¿Es para llevar? –Me pregunta la señora
–Es para aquí –respondo famélico
Se vuelven a voltear a la plancha, el panzón sirve un par de tortas a un viejito que se las regresa «No seas malito, ¿me las partes a la mitad?», la señora sigue rebanando tajadas de lomo. Cuento 5 minutos más, sé que fueron al menos cinco porque escuché una canción completa de los «Invasores de Nuevo León» en «La Caliente»… más un par de chistes malísimos del locutor que se la pasa enamorando a las radioescuchas que llaman para pedir canciones. Empiezo a pensar en irme a comer algo a otra parte. Los clientes siguen llegando al carrito rojo de la esquina de Nereo Rodríguez Barragán y Librado Rivera.
–¿QUIÉN FALTA? ¿QUIÉN SIGUE?
Como veo que varios recién llegados levantan la mano hago lo mismo, pero doy un valiente paso al frente.
–Yo ya tengo rato aquí, señora…
–¿Qué pidió usté?
–Una de lomo, nada más…
–¿Para aquí o para llevar?
–Para aquí (empiezo a perder la paciencia)
–¿Con todo?
–Sin cebolla…
La gente sigue llegando. Un carrito lleno con unas cinco o seis personas se estacionan atrás mío. Eso es un peligro latente, porque seguramente pedirán un par de tortas cada uno, más otras para llevar a los que no cupieron en el carro. De a dos tortas por cinco o seis, son doce, más unas cuatro o seis más… veinte tortas «para llevar»…
Al lado mío un cliente que llegó al mismo tiempo que yo pregunta: «¿Ya están las mías?»
–¿Cuáles son las suyas?
–Dos cubanas y dos de lomo
–¿Con todo?
–Las dos de lomo sin salsa, nada más
–¿Y a las otras dos sí les pongo salsa?
–…
Aquí sí ya no me aguanté. Hice lo mismo que mi vecino:
–Oiga, ¿Y mi torta? ¿Tiene muchas antes?
–La suya era de lomo ¿verdad?
–Sí.
–Ya sírvele su torta al señor –interrumpe la señora y voltea a verme
–¿Nomás una?
–Nomás una, sí.
–¿Con salsa?
–Sip.
–Con todo, ¿entonces?
–Sin cebolla… gracias.
El «Kissifur» sujeta el cucharón de madera y con maestría hace un elegante movimiento de swing que hubiera envidiado cualquier experto golfista. Siete tortas han quedado copeteadas con una cucharada de salsa verde después de su swing. Mis tripas también hacen swing ruidosamente dentro de mi panza.
–¡A VER MI REINA, ¿QUÉ SE LE OFRECE CHIQUITA? –vocifera el locutor de radio a través de una minúscula bocina llena de cochambre.
–Pues quiero que le dedique una canción a mi novio que está trabajando en las Lomas…
–¡CÓMO NO MIJITA! Y ¿CÓMO SE LLAMA TU NOVIO?
–Se llama Efrén
–¿AHH, Y A QUÉ SE DEDICA EFRÉN?
–Trabaja en la construcción
–¿BUENO Y CUAL CANCIÓN VA A SER?
Dejo de poner atención a la radio y vuelvo a dirigir mis baterías a los torteros. Muero de hambre, pero no dejo de admirar la rapidez de movimientos precisos y repetidos hasta el cansancio: Rebana cebolla, la carne en cuadritos, gruesas tajadas de queso y aguacate. Saca el plato de la bolsa de plástico. tira la bolsa de plástico al bote de basura, corta una nueva bolsa del rollo, envuelve el plato con la bolsa y le hace un nudo pequeño. El menos hábil es el garrotero que limpia platos y recoge basura, envases de refresco, servilletas. Se da cuenta de que lo estoy mirando y me pregunta:
–¿La suya cómo era?
No lo puedo creer. Pero me armo de paciencia.
–Una de lomo, por favor (los otros dos torteros voltean a verme)
–¿Con todo?
–Sin cebolla
–¿Para aquí o para llevar?
–…Para llevar… digo, digo… para aquí, para aquí por favor.
Con destreza cubre mi torta con papel de envoltura, la mete en una bolsa junto con un par de servilletas y me extiende la mano con la bolsa. Me le quedo mirando, parpadeando repetidamente.
–¡Ésta es la suya! –me dice impaciente
–La pedí «para aquí»
–¿No era para llevar?
–…
–…¿?
–… No.
El «Kissufur» fastidiado saca la torta de la bolsa, la desenvuelve del papel y la presenta en un plato y me la pasa.
Todavía ocupé un momento más en abrir mi torta y sacarle TODOS LOS TROZOS DE CEBOLLA que le habían remetido.
En menos de tres bocados me comí la pequeña tortita. Yo recordaba claramente que los bolillos eran más grandes que esta miniatura de pan. Nota mental: «Escribir un pequeño texto que compare los bolillos de "La Superior" con algo más que se haya vuelto microscópico»
Seguía con hambre, pero no iba a pedir otros 10 o 15 minutos de suplicio.
–¿Cuánto es? –pregunté a la señora
–¿Qué fue?
–Una torta, nada más
–¿Refresco?
–No.
–Son veinte pesos
Al pagar me suelta el consabido «¿No trae cambio?» y yo hago mi mejor representación de alguien que revisa con cuidado sus bolsillos. Me regresa un puño de moneditas de a peso, de cinco y de diez pesos.
Mientras los contaba y guardaba en mis bolsas el locutor de «La Caliente» ya estaba preguntándole a otra muchacha si tenía novio.
–¿Qué le falta? ¿Ya lo atienden?
–... Una torta de lomo, nada más…
–¿Con todo?
–Sin cebolla…
Interrumpe el otro tortero, el famoso «Kissifur»:
–Es ésa, mira… esa de ahí
–Pos sírvesela, o ¿Es para llevar? –Me pregunta la señora
–Es para aquí –respondo famélico
Se vuelven a voltear a la plancha, el panzón sirve un par de tortas a un viejito que se las regresa «No seas malito, ¿me las partes a la mitad?», la señora sigue rebanando tajadas de lomo. Cuento 5 minutos más, sé que fueron al menos cinco porque escuché una canción completa de los «Invasores de Nuevo León» en «La Caliente»… más un par de chistes malísimos del locutor que se la pasa enamorando a las radioescuchas que llaman para pedir canciones. Empiezo a pensar en irme a comer algo a otra parte. Los clientes siguen llegando al carrito rojo de la esquina de Nereo Rodríguez Barragán y Librado Rivera.
–¿QUIÉN FALTA? ¿QUIÉN SIGUE?
Como veo que varios recién llegados levantan la mano hago lo mismo, pero doy un valiente paso al frente.
–Yo ya tengo rato aquí, señora…
–¿Qué pidió usté?
–Una de lomo, nada más…
–¿Para aquí o para llevar?
–Para aquí (empiezo a perder la paciencia)
–¿Con todo?
–Sin cebolla…
La gente sigue llegando. Un carrito lleno con unas cinco o seis personas se estacionan atrás mío. Eso es un peligro latente, porque seguramente pedirán un par de tortas cada uno, más otras para llevar a los que no cupieron en el carro. De a dos tortas por cinco o seis, son doce, más unas cuatro o seis más… veinte tortas «para llevar»…
Al lado mío un cliente que llegó al mismo tiempo que yo pregunta: «¿Ya están las mías?»
–¿Cuáles son las suyas?
–Dos cubanas y dos de lomo
–¿Con todo?
–Las dos de lomo sin salsa, nada más
–¿Y a las otras dos sí les pongo salsa?
–…
Aquí sí ya no me aguanté. Hice lo mismo que mi vecino:
–Oiga, ¿Y mi torta? ¿Tiene muchas antes?
–La suya era de lomo ¿verdad?
–Sí.
–Ya sírvele su torta al señor –interrumpe la señora y voltea a verme
–¿Nomás una?
–Nomás una, sí.
–¿Con salsa?
–Sip.
–Con todo, ¿entonces?
–Sin cebolla… gracias.
El «Kissifur» sujeta el cucharón de madera y con maestría hace un elegante movimiento de swing que hubiera envidiado cualquier experto golfista. Siete tortas han quedado copeteadas con una cucharada de salsa verde después de su swing. Mis tripas también hacen swing ruidosamente dentro de mi panza.
–¡A VER MI REINA, ¿QUÉ SE LE OFRECE CHIQUITA? –vocifera el locutor de radio a través de una minúscula bocina llena de cochambre.
–Pues quiero que le dedique una canción a mi novio que está trabajando en las Lomas…
–¡CÓMO NO MIJITA! Y ¿CÓMO SE LLAMA TU NOVIO?
–Se llama Efrén
–¿AHH, Y A QUÉ SE DEDICA EFRÉN?
–Trabaja en la construcción
–¿BUENO Y CUAL CANCIÓN VA A SER?
Dejo de poner atención a la radio y vuelvo a dirigir mis baterías a los torteros. Muero de hambre, pero no dejo de admirar la rapidez de movimientos precisos y repetidos hasta el cansancio: Rebana cebolla, la carne en cuadritos, gruesas tajadas de queso y aguacate. Saca el plato de la bolsa de plástico. tira la bolsa de plástico al bote de basura, corta una nueva bolsa del rollo, envuelve el plato con la bolsa y le hace un nudo pequeño. El menos hábil es el garrotero que limpia platos y recoge basura, envases de refresco, servilletas. Se da cuenta de que lo estoy mirando y me pregunta:
–¿La suya cómo era?
No lo puedo creer. Pero me armo de paciencia.
–Una de lomo, por favor (los otros dos torteros voltean a verme)
–¿Con todo?
–Sin cebolla
–¿Para aquí o para llevar?
–…Para llevar… digo, digo… para aquí, para aquí por favor.
Con destreza cubre mi torta con papel de envoltura, la mete en una bolsa junto con un par de servilletas y me extiende la mano con la bolsa. Me le quedo mirando, parpadeando repetidamente.
–¡Ésta es la suya! –me dice impaciente
–La pedí «para aquí»
–¿No era para llevar?
–…
–…¿?
–… No.
El «Kissufur» fastidiado saca la torta de la bolsa, la desenvuelve del papel y la presenta en un plato y me la pasa.
Todavía ocupé un momento más en abrir mi torta y sacarle TODOS LOS TROZOS DE CEBOLLA que le habían remetido.
En menos de tres bocados me comí la pequeña tortita. Yo recordaba claramente que los bolillos eran más grandes que esta miniatura de pan. Nota mental: «Escribir un pequeño texto que compare los bolillos de "La Superior" con algo más que se haya vuelto microscópico»
Seguía con hambre, pero no iba a pedir otros 10 o 15 minutos de suplicio.
–¿Cuánto es? –pregunté a la señora
–¿Qué fue?
–Una torta, nada más
–¿Refresco?
–No.
–Son veinte pesos
Al pagar me suelta el consabido «¿No trae cambio?» y yo hago mi mejor representación de alguien que revisa con cuidado sus bolsillos. Me regresa un puño de moneditas de a peso, de cinco y de diez pesos.
Mientras los contaba y guardaba en mis bolsas el locutor de «La Caliente» ya estaba preguntándole a otra muchacha si tenía novio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario