lunes, diciembre 10, 2012
Imágenes gratis
Es curioso como la gente interactúa con uno.
Hay quienes basan su relación en una plataforma como Facebook. Otros me han señalado que "los tengo abandonados" en este remedo de blog.
En twitter casi no interactúo con nadie, a pesar de que sigo a más de 100. No sé ni recuerdo cuántos me siguen, si es que alguien me sigue.
Pero en Instagram la cosa cambia: Ahí no hay tanto comentario, ni trolls reventando posts, ni favwhores, ni artistas queriendo «estar presentes» con sus fans. Tampoco hay gente solicitando likes a más no poder. (Siempre he comparado a los que solicitan un "like" con un pordiosero, no sé por qué)
No señor, ahí la cosa es diferente: uno sube sus fotitos, puede hacerlo en un grupo o en varios y a veces los comentarios solitos llegan, a veces sólo una leve seña, a veces ni eso, pero eso de estar viendo y reviendo (si es que existe esa palabra, si no la RAE me debe una) imágenes, técnicas, ángulos, encuadres y demás es la neta. Y casi nadie habla, eso es todavía mejor. ¿Que si subo imágenes tal vez me las pirateen? bueno, mientras no vea cómo alguien se hace millonario a mis costillas creo que no hay mucho problema.
Pasando a otra cosa: Ayer soñé dos cosas diferentes y ambas inquietantes: en un sueño extraño estaba yo afuera de mi casa, pero extrañamente estaba observando como una gorda inmensa, prieta y vestida con pants literalmente acuchillaba en el pecho con un vidrio a una chica que no hacía nada por evitarlo. La muchachita sólo estaba ahí de pie, mirándome fijamente, mientras la gorda (que por cierto, el pants que usaba era rosa, y llevaba encima una gastada gorra azul cubriéndole el cabello recogido en una coleta) sujetaba el vidrio astillado con ambas manos y lo hendía en el pecho de la otra. Yo sentía miedo, un indefinido horror y aversión a la escena. La gorda se tasajeaba las manos al sujetar el vidrio, es decir, como el vidrio estaba astillado, tenía filos cortantes que le lastimaban las manos que ya chorreaban sangre de las cortadas, pero aún así seguía apuñalando a la otra muchacha.
Mientras estaba ahí parado viendo lo que pasaba, un negro se encontraba de pie al otro extremo de la calle. Llevaba un pequeño cachorrito de bulldog con una correa. El negro era calvo, o se había afeitado la cabeza. Fumaba y miraba alternadamente a la escena y a mí. La escena del acuchillamiento parecía eterna. La chica no hacía ruido, sólo se dejaba apuñalar, y la gorda lo disfrutaba. La sangre corría sobre el asfalto. El pequeño bulldog levantó la pata y empezó a orinarse sobre la banqueta. El negro de pronto tiró la colilla de cigarro y volteó a verme con ojos desorbitados.
–¡CUIIIDAAADOOO! –me dijo arrastrando la voz. Levantó al cachorro que aún goteaba orines y me lo aventó a la cara. El perrito me rasguñó.
Corte directo y me encuentro en un callejón.
Entre calles antiguas. Una colonia tal vez de los años cincuenta, es de noche y el ambiente se siente estático, expectante. Hay por lo bajo un leve murmullo de electricidad. Como un leve zumbido.
La luz amarillenta inunda algunos huecos de las calles, lo demás está en penumbra. Las sombras se mueven.
El ruido de un motor me saca de el estupor que me producía la calle inerte. Volteo hacia el fondo de una calle, temiendo que un coche (suena como un vochito) me atropelle. Subo un pie a la banqueta, luego el otro. Nada.
Ahora miro hacia el otro lado de la calle y tampoco descubro el carrito (ahora estoy seguro, es un antiguo VW sedán) no se ven luces, ni se siente que se aproxime nada.
Desconcertado, por fin logro ubicar el origen del ronroneo del motor.
Arriba.
(Volteo hacia las alturas y lo descubro. Está sobre una azotea. los faros encendidos penetran como láseres la oscuridad, el motor zumba y casi casi puedo imaginarme el escape modificado que le han puesto para que suene así, lo que empezó como un leve ronroneo ahora se levanta en el aire como un trueno que crecerá en espiral)
El vochito retrocede. Reversa hasta que la cornisa del edificio oculta los faros (ojos) encendidos. El motor ruge con estruendo y ya lo preveo: va a saltar de la azotea. No imagino quien va arriba, pero cuando el carrito toma velocidad para lanzarse al vacío alcanzo a ver en la negrura a dos personas dentro. Tal vez una es mujer porque a pesar del espantoso tronido me parece escuchar el grito de una mujer.
El carrito surca el el cielo y aterriza en la azotea de enfrente. En su aterrizaje desmorona un poco la cornisa del edificio y pequeñas rocas caen a mis pies. Apenas retrocedo para ponerme a salvo de esa mini-avalancha de escombros cuando el vochito ha vuelto a tomar vuelo para aterrizar en otra azotea más baja que en donde se encuentra. Nuevamente el estruendo del motor, el grito de la mujer suena ahora más desgarrador y el vochito surca los aires de forma siniestra. No llega a la azotea de enfrente, en cambio se desploma y entra al edificio por un gran ventanal.
(los vidrios rotos, la sangre a borbotones ahogada entre gritos, olor a aceite quemado, el auto surcando los aires enmedio de una explosión de cristales y escombros)
Sin pensarlo dos veces corro hacia donde el carro aterrizó. Al llegar alcanzo a ver en su interior dos cuerpos ensangrentados. La mujer manotea y deja una mancha de sangre sobre el cristal de la ventana. La mancha tiene la forma de una coma. De pronto alguien me toca en el hombro. Volteo y siento que alguien descarga en mi pecho un golpe, pero no me duele. Es la gorda de mi otro sueño. Me apuñala repetidamente, pero no siento nada. Lentamente empieza a surgir una leve sensación, como que me aligero, de pronto empiezo a elevarme, las puntas de mis pies apenas tocan el piso, me vuelvo incorpóreo.
Incorpóreo, transparente.
Desperté. No me incorporé de un salto, ni sudando frío. Nada de eso. Simplemente abrí los ojos hacia la negrura de mi habitación.
Esa sensación donde entre la bruma del sueño y la vigilia piensas "wow, qué sueño tan raro"
Afuera, tronó el motor de un vocho.
miércoles, diciembre 05, 2012
La banda del carro rojo
¡Ah! los torteros no siempre son muy inteligentes… para muestra el
botón de ayer… para empezar con éstos amigos no puedes llegar así como así a
pedir tu torta a lo salvaje, ¡no señor! primero se saluda como persona bien
nacida que es uno:
–¡Buenas tardes!
(El radio a todo lo que da, sinonizado en «La Caliente»)
–¡BUENAS TARDES!
–Buenas, buenas…
(Aquí deja uno pasar al menos un minuto, todo mundo alrededor saboreando su deliciosa torta de lomo)
–¿Qué va a ser?
–Una de lomo por favor
–¿Nomás una?
–Nomás una, gracias
–¿Con todo?
–Sin cebolla, nada más
–¿Para «aquí» o para llevar?
–Para aquí, gracias…
(Pasan 5 o 10 minutos mientras siguen despachando tortas a lo salvaje y sin contemplaciones.
–¡Buenas tardes!
(El radio a todo lo que da, sinonizado en «La Caliente»)
–¡BUENAS TARDES!
–Buenas, buenas…
(Aquí deja uno pasar al menos un minuto, todo mundo alrededor saboreando su deliciosa torta de lomo)
–¿Qué va a ser?
–Una de lomo por favor
–¿Nomás una?
–Nomás una, gracias
–¿Con todo?
–Sin cebolla, nada más
–¿Para «aquí» o para llevar?
–Para aquí, gracias…
(Pasan 5 o 10 minutos mientras siguen despachando tortas a lo salvaje y sin contemplaciones.
Menos la mía, claro está)
–¿Qué le falta? ¿Ya lo atienden?
–... Una torta de lomo, nada más…
–¿Con todo?
–Sin cebolla…
Interrumpe el otro tortero, el famoso «Kissifur»:
–Es ésa, mira… esa de ahí
–Pos sírvesela, o ¿Es para llevar? –Me pregunta la señora
–Es para aquí –respondo famélico
Se vuelven a voltear a la plancha, el panzón sirve un par de tortas a un viejito que se las regresa «No seas malito, ¿me las partes a la mitad?», la señora sigue rebanando tajadas de lomo. Cuento 5 minutos más, sé que fueron al menos cinco porque escuché una canción completa de los «Invasores de Nuevo León» en «La Caliente»… más un par de chistes malísimos del locutor que se la pasa enamorando a las radioescuchas que llaman para pedir canciones. Empiezo a pensar en irme a comer algo a otra parte. Los clientes siguen llegando al carrito rojo de la esquina de Nereo Rodríguez Barragán y Librado Rivera.
–¿QUIÉN FALTA? ¿QUIÉN SIGUE?
Como veo que varios recién llegados levantan la mano hago lo mismo, pero doy un valiente paso al frente.
–Yo ya tengo rato aquí, señora…
–¿Qué pidió usté?
–Una de lomo, nada más…
–¿Para aquí o para llevar?
–Para aquí (empiezo a perder la paciencia)
–¿Con todo?
–Sin cebolla…
La gente sigue llegando. Un carrito lleno con unas cinco o seis personas se estacionan atrás mío. Eso es un peligro latente, porque seguramente pedirán un par de tortas cada uno, más otras para llevar a los que no cupieron en el carro. De a dos tortas por cinco o seis, son doce, más unas cuatro o seis más… veinte tortas «para llevar»…
Al lado mío un cliente que llegó al mismo tiempo que yo pregunta: «¿Ya están las mías?»
–¿Cuáles son las suyas?
–Dos cubanas y dos de lomo
–¿Con todo?
–Las dos de lomo sin salsa, nada más
–¿Y a las otras dos sí les pongo salsa?
–…
Aquí sí ya no me aguanté. Hice lo mismo que mi vecino:
–Oiga, ¿Y mi torta? ¿Tiene muchas antes?
–La suya era de lomo ¿verdad?
–Sí.
–Ya sírvele su torta al señor –interrumpe la señora y voltea a verme
–¿Nomás una?
–Nomás una, sí.
–¿Con salsa?
–Sip.
–Con todo, ¿entonces?
–Sin cebolla… gracias.
El «Kissifur» sujeta el cucharón de madera y con maestría hace un elegante movimiento de swing que hubiera envidiado cualquier experto golfista. Siete tortas han quedado copeteadas con una cucharada de salsa verde después de su swing. Mis tripas también hacen swing ruidosamente dentro de mi panza.
–¡A VER MI REINA, ¿QUÉ SE LE OFRECE CHIQUITA? –vocifera el locutor de radio a través de una minúscula bocina llena de cochambre.
–Pues quiero que le dedique una canción a mi novio que está trabajando en las Lomas…
–¡CÓMO NO MIJITA! Y ¿CÓMO SE LLAMA TU NOVIO?
–Se llama Efrén
–¿AHH, Y A QUÉ SE DEDICA EFRÉN?
–Trabaja en la construcción
–¿BUENO Y CUAL CANCIÓN VA A SER?
Dejo de poner atención a la radio y vuelvo a dirigir mis baterías a los torteros. Muero de hambre, pero no dejo de admirar la rapidez de movimientos precisos y repetidos hasta el cansancio: Rebana cebolla, la carne en cuadritos, gruesas tajadas de queso y aguacate. Saca el plato de la bolsa de plástico. tira la bolsa de plástico al bote de basura, corta una nueva bolsa del rollo, envuelve el plato con la bolsa y le hace un nudo pequeño. El menos hábil es el garrotero que limpia platos y recoge basura, envases de refresco, servilletas. Se da cuenta de que lo estoy mirando y me pregunta:
–¿La suya cómo era?
No lo puedo creer. Pero me armo de paciencia.
–Una de lomo, por favor (los otros dos torteros voltean a verme)
–¿Con todo?
–Sin cebolla
–¿Para aquí o para llevar?
–…Para llevar… digo, digo… para aquí, para aquí por favor.
Con destreza cubre mi torta con papel de envoltura, la mete en una bolsa junto con un par de servilletas y me extiende la mano con la bolsa. Me le quedo mirando, parpadeando repetidamente.
–¡Ésta es la suya! –me dice impaciente
–La pedí «para aquí»
–¿No era para llevar?
–…
–…¿?
–… No.
El «Kissufur» fastidiado saca la torta de la bolsa, la desenvuelve del papel y la presenta en un plato y me la pasa.
Todavía ocupé un momento más en abrir mi torta y sacarle TODOS LOS TROZOS DE CEBOLLA que le habían remetido.
En menos de tres bocados me comí la pequeña tortita. Yo recordaba claramente que los bolillos eran más grandes que esta miniatura de pan. Nota mental: «Escribir un pequeño texto que compare los bolillos de "La Superior" con algo más que se haya vuelto microscópico»
Seguía con hambre, pero no iba a pedir otros 10 o 15 minutos de suplicio.
–¿Cuánto es? –pregunté a la señora
–¿Qué fue?
–Una torta, nada más
–¿Refresco?
–No.
–Son veinte pesos
Al pagar me suelta el consabido «¿No trae cambio?» y yo hago mi mejor representación de alguien que revisa con cuidado sus bolsillos. Me regresa un puño de moneditas de a peso, de cinco y de diez pesos.
Mientras los contaba y guardaba en mis bolsas el locutor de «La Caliente» ya estaba preguntándole a otra muchacha si tenía novio.
–¿Qué le falta? ¿Ya lo atienden?
–... Una torta de lomo, nada más…
–¿Con todo?
–Sin cebolla…
Interrumpe el otro tortero, el famoso «Kissifur»:
–Es ésa, mira… esa de ahí
–Pos sírvesela, o ¿Es para llevar? –Me pregunta la señora
–Es para aquí –respondo famélico
Se vuelven a voltear a la plancha, el panzón sirve un par de tortas a un viejito que se las regresa «No seas malito, ¿me las partes a la mitad?», la señora sigue rebanando tajadas de lomo. Cuento 5 minutos más, sé que fueron al menos cinco porque escuché una canción completa de los «Invasores de Nuevo León» en «La Caliente»… más un par de chistes malísimos del locutor que se la pasa enamorando a las radioescuchas que llaman para pedir canciones. Empiezo a pensar en irme a comer algo a otra parte. Los clientes siguen llegando al carrito rojo de la esquina de Nereo Rodríguez Barragán y Librado Rivera.
–¿QUIÉN FALTA? ¿QUIÉN SIGUE?
Como veo que varios recién llegados levantan la mano hago lo mismo, pero doy un valiente paso al frente.
–Yo ya tengo rato aquí, señora…
–¿Qué pidió usté?
–Una de lomo, nada más…
–¿Para aquí o para llevar?
–Para aquí (empiezo a perder la paciencia)
–¿Con todo?
–Sin cebolla…
La gente sigue llegando. Un carrito lleno con unas cinco o seis personas se estacionan atrás mío. Eso es un peligro latente, porque seguramente pedirán un par de tortas cada uno, más otras para llevar a los que no cupieron en el carro. De a dos tortas por cinco o seis, son doce, más unas cuatro o seis más… veinte tortas «para llevar»…
Al lado mío un cliente que llegó al mismo tiempo que yo pregunta: «¿Ya están las mías?»
–¿Cuáles son las suyas?
–Dos cubanas y dos de lomo
–¿Con todo?
–Las dos de lomo sin salsa, nada más
–¿Y a las otras dos sí les pongo salsa?
–…
Aquí sí ya no me aguanté. Hice lo mismo que mi vecino:
–Oiga, ¿Y mi torta? ¿Tiene muchas antes?
–La suya era de lomo ¿verdad?
–Sí.
–Ya sírvele su torta al señor –interrumpe la señora y voltea a verme
–¿Nomás una?
–Nomás una, sí.
–¿Con salsa?
–Sip.
–Con todo, ¿entonces?
–Sin cebolla… gracias.
El «Kissifur» sujeta el cucharón de madera y con maestría hace un elegante movimiento de swing que hubiera envidiado cualquier experto golfista. Siete tortas han quedado copeteadas con una cucharada de salsa verde después de su swing. Mis tripas también hacen swing ruidosamente dentro de mi panza.
–¡A VER MI REINA, ¿QUÉ SE LE OFRECE CHIQUITA? –vocifera el locutor de radio a través de una minúscula bocina llena de cochambre.
–Pues quiero que le dedique una canción a mi novio que está trabajando en las Lomas…
–¡CÓMO NO MIJITA! Y ¿CÓMO SE LLAMA TU NOVIO?
–Se llama Efrén
–¿AHH, Y A QUÉ SE DEDICA EFRÉN?
–Trabaja en la construcción
–¿BUENO Y CUAL CANCIÓN VA A SER?
Dejo de poner atención a la radio y vuelvo a dirigir mis baterías a los torteros. Muero de hambre, pero no dejo de admirar la rapidez de movimientos precisos y repetidos hasta el cansancio: Rebana cebolla, la carne en cuadritos, gruesas tajadas de queso y aguacate. Saca el plato de la bolsa de plástico. tira la bolsa de plástico al bote de basura, corta una nueva bolsa del rollo, envuelve el plato con la bolsa y le hace un nudo pequeño. El menos hábil es el garrotero que limpia platos y recoge basura, envases de refresco, servilletas. Se da cuenta de que lo estoy mirando y me pregunta:
–¿La suya cómo era?
No lo puedo creer. Pero me armo de paciencia.
–Una de lomo, por favor (los otros dos torteros voltean a verme)
–¿Con todo?
–Sin cebolla
–¿Para aquí o para llevar?
–…Para llevar… digo, digo… para aquí, para aquí por favor.
Con destreza cubre mi torta con papel de envoltura, la mete en una bolsa junto con un par de servilletas y me extiende la mano con la bolsa. Me le quedo mirando, parpadeando repetidamente.
–¡Ésta es la suya! –me dice impaciente
–La pedí «para aquí»
–¿No era para llevar?
–…
–…¿?
–… No.
El «Kissufur» fastidiado saca la torta de la bolsa, la desenvuelve del papel y la presenta en un plato y me la pasa.
Todavía ocupé un momento más en abrir mi torta y sacarle TODOS LOS TROZOS DE CEBOLLA que le habían remetido.
En menos de tres bocados me comí la pequeña tortita. Yo recordaba claramente que los bolillos eran más grandes que esta miniatura de pan. Nota mental: «Escribir un pequeño texto que compare los bolillos de "La Superior" con algo más que se haya vuelto microscópico»
Seguía con hambre, pero no iba a pedir otros 10 o 15 minutos de suplicio.
–¿Cuánto es? –pregunté a la señora
–¿Qué fue?
–Una torta, nada más
–¿Refresco?
–No.
–Son veinte pesos
Al pagar me suelta el consabido «¿No trae cambio?» y yo hago mi mejor representación de alguien que revisa con cuidado sus bolsillos. Me regresa un puño de moneditas de a peso, de cinco y de diez pesos.
Mientras los contaba y guardaba en mis bolsas el locutor de «La Caliente» ya estaba preguntándole a otra muchacha si tenía novio.
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