No había revisado, pero ya vi que desde febrero que los tenía a dieta de debrayes y necedades. Sin embargo, sigo escribiendo, aunque no lo publique aquí.
Esta vez me acordé de ustedes y les traigo este cuentito aunque contarlo aquí a veces se siente como hablarle a un muro, porque generalmente uds. no se toman un momento para masticar el texto y opinar o criticarlo, deshacerlo con sarcasmos o –qué mejor– proponerme para un premio, en realidad no importa mucho. Se los dejo aquí de manera desinteresada ¿verdad que la vida es hermosa?
Antojo.
Al llegar a la entrada, el muchacho observó con detenimiento. La promoción de ese
día era tentadora: El letrero del negocio proclamaba ALITAS GIGANTES 2X1 ¡SON
LAS MÁS GRANDES!
En la foto del anuncio en cuestión, un diminuto empleado uniformado con
los colores de la franquicia sujetaba una ala de pollo que gracias al efecto
óptico debía medir casi dos metros. El empleado sonreía sorprendido y
esperanzado. La ala de pollo lucía suculenta y enorme. Así que el joven entró
en el local sacando cuentas de lo que traía en su cartera y saboreándose con
anticipación. Su estómago emitía ruidos.
El lugar estaba solo. No había ni un alma. Tampoco se veían
meseros, aunque si hubiera alguno seguramente se aburriría bastante en medio de
ese desierto. Un silencio incómodo se elevaba en todo el lugar. El joven recién
llegado se asomó hasta el fondo del restaurante. Nadie. La puerta de la cocina
estaba semiabierta, así que decidió entrar. Si no había gente y esas alitas
eran realmente grandes entonces simplemente se robaría unas. ¿Quién se daría
cuenta?
La cocina estaba a oscuras: Mesas de trabajo enormes: cuchillería colgando de sus soportes, algunas cazuelas y en una esquina un enorme cazo de imposibles proporciones. Debían cocinar en ese recipiente cargas de cientos o miles de alitas cada día.
La cocina estaba a oscuras: Mesas de trabajo enormes: cuchillería colgando de sus soportes, algunas cazuelas y en una esquina un enorme cazo de imposibles proporciones. Debían cocinar en ese recipiente cargas de cientos o miles de alitas cada día.
“¡Eso o de verdad las alitas son muuuy grandes!” pensó el
muchacho tratando de sonar gracioso. No lo consiguió. Ahora que miraba con
mayor detenimiento, en realidad el lugar donde se encontraba no se percibía
nada agradable. En la semipenumbra las sombras se convertían en amenazantes
siluetas. El silencio no era quietud. Era como si instantes antes hubiera
habido movimiento, dinamismo, ir y venir de gente y de pronto ¡zas! Silencio
inerte. Amenazador.
El chico sintió un leve pinchazo de miedo en la espalda. Los vellos de la nuca se le erizaron. En nombre de dios, ¿Qué le sucedía? ¿No era emocionante entrar a un restaurante vacío y llevarse una caja de deliciosas alitas gratis? De pronto la idea había dejado de atraerle.
El chico sintió un leve pinchazo de miedo en la espalda. Los vellos de la nuca se le erizaron. En nombre de dios, ¿Qué le sucedía? ¿No era emocionante entrar a un restaurante vacío y llevarse una caja de deliciosas alitas gratis? De pronto la idea había dejado de atraerle.
La cocina súbitamente pareció aumentar de tamaño y agigantarse:
las mesas eran extrañamente descomunales, ¿cómo no lo había notado antes? la
puerta de servicio que debía dar a la parte trasera del restaurante era enorme
también. Tal vez era su imaginación, pero ahora todo el lugar se le antojaba de
unas proporciones desmesuradas. Se sintió empequeñecido ahí, dentro de esa
oscuridad silenciosa. Decidió dar la vuelta y salir de ahí pero tropezó con
algo. No cayó cuan largo era, pero casi. En el piso, una mano crispada
sobresalía por debajo de una alacena. Los dedos como garras se encorvaban en un
espasmo sin fin.
El joven no pudo moverse. Quedó ahí de pie: anclado al piso,
mirando fijamente la mano que no se movía. Alguien había entrado y había hecho
desaparecer a todos, menos a éste. Con el pie intentó mover esa extremidad que
se asomaba esperando que alguien se quejara, o al menos reaccionara, pero era sólo
un fragmento de brazo desprendido, sanguinoliento. El chico quiso gritar, pero tampoco
fue capaz de hacerlo. Detectó un movimiento afuera, en el patio de servicio.
Una gran sombra cubrió la ventana y la cocina se hundió más en la negrura.
Pasos. Y algo más… ¿como un aleteo? ¡Qué absurdo! El muchacho se acercó
lentamente a la puerta de servicio que daba al patio trasero, aunque no se
atrevía del todo a abrirla.
El pollo gigante asomó su infernal pico por la puerta. Los
ojos inyectados en sangre. Y también era sangre la que escurría por todos lados.
El muchacho no pudo ni pensar. En una fracción de segundo el monstruoso animal
lo tomó por la cintura y lo partió en dos en un parpadeo. Todavía había
conciencia en la mirada del chico cuando recibió un último picotazo que
destrozó su cara y dejó un enorme agujero. El pollo lo arrastró al patio
trasero junto con los demás cuerpos. El silencio volvió a imperar en todo el
restaurante.
Afuera, una jovencita de rubias trenzas miraba fascinada el
anuncio que prometía unas enormes y jugosas alitas. Sacó su monedero y contó el
dinero. Le alcanzaba perfectamente para saciar su antojo.
FIN.
FIN.