miércoles, febrero 13, 2013

Alianza de Honor (parte IV final)





… Los Perros se alejaron de la triste vivienda para buscar en los alrededores al Xoloescuintle y tal vez toparse también con el hijo mayor del clan del Hombre. Una tenue luz que vieron más adelante les sugirió acercarse, pero al hacerlo, la escena con que se toparon era aterradora: en el suelo, restos de su negra piel desollados. Huesos por doquier. Sangre. En un cuenco de madera los restos mortales del perro.
¡Venganza! Clamaron los Perros y se dieron a la tarea de olfatear para encontrar al responsable de semejante atrocidad. El joven estaba muy cerca, de frente a un enorme muro por muchas manos blanqueado. Sostenía en sus manos un trozo de la piel del Xoloescuintle que empapaba una y otra vez en un cuenco de pintura negra para luego untarla en el muro. Ya se preparaban para abalanzarse sobre el ingrato humano y resarcir el espantoso crimen cuando tuvieron que detenerse ante la sorpresa: el chico estaba llorando.
Sobe el muro enlucido, y alumbradas por vacilantes teas encendidas en la noche, estaban pintadas estilizadas representaciones del caído Xoloescuintle en diversas posturas: ladrando alegremente por ahí, mostrando con ferocidad los dientes por allá.
Mientras el joven se inclinaba sobre el muro, los perros decidieron reservarse con sigilo: El muchacho pintaba al perro abatido en una alegre estampa y lo situaba por encima de las figuras que representaban su familia: Rayos de benigna luz protectora salían del vientre del Perro y bañaban dulcemente a las siluetas del padre, de la madre y de los pequeños. Callados, lo dejaron terminar la obra y también en absoluto silencio lo observaron derrumbarse sobre sus rodillas en medio del incontrolable llanto que lo desmoronaba.
Pasados unos instantes, el joven comenzó a repetir en voz baja algunas palabras. Los Perros escucharon esta oración: “Gracias por tu sacrificio, por darnos la vida y cuidar de nuestra existencia, querido amigo. Sin tu valiente intercesión jamás podríamos acariciar las flores del valle que habitamos y que ahora hemos bautizado con tu nombre: Xolo” El muchacho se incorporó lentamente y encorvado bajo el peso de su tristeza se encaminó al helado hogar que le aguardaba. Mañana sería otro día. Tal vez uno menos triste y desafortunado.
Todavía en silencio, los rastreadores se acercaron a contemplar la pintura del muro. Apesadumbrados reconocieron en ella al Xoloescuintle alzarse sobe ellos en un ágil salto que tal vez hace no muchos días bien pudo dar alborozado al juguetear con los pequeños cachorros del Hombre. Decidieron regresar al cónclave y gruñido por gruñido contar lo que habían visto. Entonces la asamblea entera guardó reverencial silencio, y así en medio de ese silencio se retiraron de vuelta rumbo a sus distintas regiones. Algunos llevaban la cola y las orejas bajas en señal de duelo”
Quiero hacer aquí una pequeña pausa: Jamás pensé que mi amigo fuera depositario de semejantes revelaciones, y de hecho suspirando hondo, le pregunté cómo es que sabía tantas cosas y cómo era posible que conociera tan bien ese antiguo relato, pero Djembe no respondió. Me miró largamente y ladeó su cabeza en ese familiar gesto que todos conocemos de los perros. Decidí entonces no volver a interrumpirlo y paciente esperé el resto de su relato:
“Desde entonces el Perro decidió callar ante las injusticias que el Hombre comete contra él y los de su raza. Decidimos ser fuertes ante el abandono, los puntapiés, el hambre y el frío. Juramos protegerlos siempre, llegando incluso a pelear contra otros de nuestra misma especie y contra otros humanos inclusive sin antes saber con claridad por qué: todo con tal de defenderlos y protegerlos de cualquier daño posible. Potenciamos nuestros sentidos y virtudes por ustedes.
Acordamos no vengarnos jamás por los maltratos que pudiéramos recibir de parte del humano y dar siempre la bienvenida a la casa al Hombre meneando la cola para hacerle saber que lo estábamos esperando desde siempre. Mis ancestros concluyeron que nuestra misión en la tierra del Hombre era más elevada de lo que ustedes podían distinguir con sus limitados sentidos y fuimos más allá: mis antecesores resolvieron por fin abandonar la antigua prohibición que nos impusimos: los Perro ya habíamos decidido entregarnos en cuerpo y alma al Hombre. Dispusimos también entregarles de nuevo nuestro más preciado don: el de arrastrar con sus dolencias, hacerlas propias y padecerlas en nuestros pequeños cuerpos antes que permitir que el humano sufriera por ellas.
Aceptamos el calvario de la domesticación y recibimos con amor y valentía esta nueva condición de ser de su propiedad. Sumisión antes que anhelar libertad. Todo por amor.
Y es por eso, Amo, que no debes afligirte, ni ponerte mal cuando me ves tambalearme debido a esta enfermedad. No debes mortificarte en estos días que has observado al llegar a casa que no me levanto de inmediato a correr para lamer tu mano, a veces, pero sólo a veces… es muy duro para mí soportar todo esto”
Intenté con todas mis fuerzas decir algo que le aclarara que por fin había comprendido la magnitud de su historia y su relación con mi persona, pero simplemente no pude. La garganta se me cerraba y una opresión en el pecho me impedía expresar lo que sentía en ese momento. Lo único que pude hacer fue abrazarlo con fuerza: “Siempre cuidaré de ti, perrito. Eres mi responsabilidad y mi compañero fiel. A diferencia de nosotros los humanos, has hecho honor al juramento de los de tu raza, así que ahora permite que yo me haga cargo de ti”
Y Djembe se dejó abrazar. Cerró sus ojos por un fugaz momento, pero de inmediato los abrió muy grandes y felices, y creo que con certeza puedo decirles a ustedes que le vi sonreír un poco.
Todo esto que hoy les cuento me lo dijo anoche mi querido Djembe entre sueños. Luego de eso desperté.
 FIN.


Copyright©2013 Arturo Haro.